Empezó la hora para encontrarnos y agruparnos

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Juan Manuel Ospina

En su último año, los gobiernos están en el plan de redondear la faena realizada en los tres anteriores y, eventualmente, tratar de dejar diseñadas o al menos planteadas, tareas importantes que no pudo adelantar, esperando que el siguiente las acoja. Con el de Petro, ya embarcado en la cuenta regresiva de su período, el cuadro es el contrario. En un impactante Consejo de ministros televisado, escuchamos que su gabinete desconocía los compromisos presidenciales, es decir, gubernamentales y que, obviamente, su ejecución era paupérrima. El presidente, confrontando a sus ministros, simplemente comparó los compromisos como quedaron consignados en el Plan de Desarrollo, con la ejecución de cada ministerio, que presentaba cifras como si estuvieran en el primer semestre y no en el tercer año de gobierno.

Sobra decir que Gustavo Petro no se consideró con responsabilidad alguna en tamaño desastre y descargó su rabia en los ministros. Si alguien todavía tenía dudas de la disfuncionalidad del gobierno – y lo califico así, para ser benigno con lo que se está viviendo -, esa noche confirmó sus peores sospechas. Lo que debía ser un proceso de evaluación y ajuste final de la tarea, se convirtió, en el anuncio de la ejecución atropellada de los compromisos del plan de desarrollo, en un vano intento por recuperar el tiempo y la ocasión perdida, para impulsar la prometida transformación de Colombia, en lo cual, hace tres años, muchos creyeron.

Por su parte, el balance de ejecución que Petro presentó esta semana, hay que mirarlo con lupa pues, como todo gobernante, busca atribuirse los avances logrados en su período, que muchos vienen de antes y echarle la culpa a los otros, de los malos resultados; en su caso, especialmente a Iván Duque. Es la vieja lógica de que lo bueno es lo mío y los fracasos o malos resultados, son herencia del anterior gobierno que, por definición es incompetente e inclusive corrupto. Las cifras que presentó, hay que mirarlas en contexto, pues Colombia no empezó con el gobierno de Petro, que recibió problemas y errores e igualmente logros, y políticas que venían de antes, pues no todas son malas, como lo plantea el actual discurso oficial. De tiempo atrás, hay conciencia ciudadana de la necesidad de cambios; no en vano Petro ganó. En sus primeros meses, muchos esperaban que se la jugara por el cambio, pero poco duró la ilusión.

Hoy puede decirse, sin exageraciones que, en los tres años de su administración, fuera de muchos discursos, promesas e insultos, no hubo intentos serios, no politiqueros, por impulsar los cambios prometidos, considerados necesarios para corregir o mejorar lo existente en el país; cambios que debían precisarse y acordarse para su ejecución.

Hoy, la impresión mayoritaria es que a Gustavo Petro lo que le interesa, no es el avance de Colombia, sino enlodar a sus antecesores y a sus amigos y apoyadores (“camarillas”), para él poder presentarse, como el prócer, el mesías que salva al país de las garras de los malos y corruptos. La campaña, que ya llegó, va a ser una gran confrontación entre unos energúmenos, gritando que no los dejaron gobernar, cuando la verdad es que no pudieron hacer los cambios que ofrecieron; cambios que la gente reclamaba porque, e insisto en ello, en Colombia existe un reclamo y una necesidad de cambio. Ese grito ofensivo hay que confrontarlo, con calma y firmeza, y convocar a la mayoría de los compatriotas que quieren un mejor país; lo creen posible y están dispuestos a meterle el hombro, sin gritos ni ofensas, para apoyar e impulsar lo que nos une y bajarle el volumen a lo que nos diferencia, sin negarlo, simplemente reconociendo que hoy Colombia nos pide bajar el tono a las naturales diferencias y cerrar filas para hacer la gran transformación ciudadana y democrática que necesitamos y nos merecemos. Hay que empezar hoy, no mañana, a fortalecer la tarea para avanzar con serenidad y claridad hacia ese escenario y terreno de encuentro, para encontrarnos con generosidad, para alcanzar entre todos, no de algún iluminado, ese propósito que es de todos y para todos. No es fácil, pero es posible y es necesario.

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