La locura judía en Gaza

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Juan Manuel Ospina

Gaza, físicamente está a miles de kilómetros de nosotros, pero lo que allí están sufriendo cientos y cientos de seres humanos, es un drama que borra todas distancias, la física y la cultural, que nos separa. Nos golpea en nuestra conciencia, porque son personas, infinidad de niños, sufriendo la violencia demencial de un gobierno israelí atarván, capturado por unos fanáticos, unos iluminados inhumanos que solo quieren borrar del mapa a los palestinos, tal como los nazis hace casi un siglo, pretendieron hacerles. El escenario, las tierras bíblicas de Palestina, de Judea y de Galilea, la patria común de palestinos y judíos sefardíes, donde convivieron en paz por siglos, respetándose en sus diferencias.

Y fue sobre los palestinos, que nada tuvieron que ver con el holocausto de los nazis, que se descargó la ira sionista y su homicida pretensión de apoderarse de las tierras históricas de Palestina, expulsándolos, inclusive a bala. La injusticia nazi con los judíos, no puede lavarse con otra injusticia, esta vez con los palestinos. Ambos pueblos tienen derecho a habitar, a poseer la tierra de sus mayores. Pero los extremistas de uno y otro bando comparten una obsesión: que esa tierra no se comparte y que el otro la desocupa o se calla en sus pretensiones, o muere. Como sucede en la Historia, los extremistas son sectores radicalizados que, con su violencia, acallan la voz de la “mayoría silenciosa” y el reclamo de las agónicas Naciones Unidas, es un gemido que ya ni se escucha y mucho menos se acata. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con su conformación y reglas, en su afán por ser neutral, buscando acuerdos imposibles, acabó sumido en la impotencia e irrelevancia.

Nuestro silencio al respecto, se ha transformado en alaridos internos de impotencia y de una voz, que ya es un grito de dolor humano, por los hechos indescriptibles frente a los cuales los poderes se encuentran entre complacientes e impotentes. Nunca antes se había vivido una situación como la actual.

Y como sucede siempre, para pelear se necesitan dos. En este caso, los fanáticos de un judaísmo integral, congelado en los siglos y que solo atiende el llamado de los profetas bíblicos, que disfraza el afán de poder y de riqueza que expresa un Nethanyau, con la complacencia de Trump, que todo lo mira y calcula bajo la perspectiva del vil metal. El ciudadano judío puede no tener especial simpatía por su contraparte palestina, pero conoce y valora que han convivido por siglos y aunque el mundo ha cambiado, y mucho, sin embargo, se mantiene el espíritu y la disposición de convivir, de compartir, para no matarse. Del lado palestino es claro que los ciudadanos masivamente quieren paz y respeto a sus personas, para construir en su tierra, su vida y la de los suyos.

Ambas poblaciones entienden que la historia les ha mostrado el camino y el futuro posible, que no se construye a bala, aniquilando al vecino judío o palestino, sino conviviendo y compartiendo, como lo han hecho por siglos; entendiendo que ser judío y dada su permanencia histórica, no supone que todo judío deba vivir en “la tierra prometida”, que no tiene un alinderamiento físico, sino espiritual, cultural. Lo mismo sucede con los palestinos. El camino, reconformar una palestina que sea el hogar de judíos, cristianos y musulmanes. Ya ha sido en el pasado; que vuelva a ser en el futuro.

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