¡Fuerza, María Claudia! Casi la mitad de las víctimas del conflicto armado y la violencia política en Colombia son mujeres.

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José Manuel Acevedo

Director de noticias RCN

El mejor castigo que podrían tener los victimarios de Miguel Uribe es que se levante pronto de la cama en la que está y gane la batalla definitiva que hoy libra por su vida. La maldad nunca prevalece, aunque por momentos nos ponga a todos a prueba.

Es increíble, pero frente a cada adversidad surge una muestra de coraje y valentía y se producen hechos que contrarrestan el dolor y la rabia e invitan a creer que otra realidad, distinta a la de la guerra, es posible. Normalmente esas señales emergen de terceras personas que invitan a la sociedad a reflexionar, mientras los familiares de quien sufre un acto de violencia viven en silencio su tragedia. En el caso de Miguel, han sido especialmente las mujeres de su familia las que nos están dando una lección a todos de resiliencia y berraquera.

Está María Carolina, su admirable hermana, claro está, y más cerca se encuentran su esposa, María Claudia, y sus tres hijas; cada una de ellas, alimentando con discreta sabiduría una sanación que ya no es solamente la de su ser amado, sino la de todo un país que tendría que aprender de su ejemplo y rodearlas con la misma intensidad con la que se ha apoyado a Miguel.

Por eso esta columna lleva el título de ‘¡Fuerza, María Claudia!’, porque si ella logra sostenerse en pie y su vigor espiritual no se acaba, la violencia que han intentado imponer los que mandaron a dispararle a Miguel no ganará la partida.

Fíjense en una cosa: cada palabra, cada expresión en público de María Claudia ha estado desprovista de resentimiento. María Claudia no reprocha, no pregunta por qué, no señala, ni invita a levantarse contra nadie ni busca culpables, aunque tendría todo el derecho de hacerlo. Sus mensajes en las redes y las veces que ha querido hablar con los medios, de manera corta y precisa, invitan a la “sanación”, a un cambio de actitud colectiva. Sus frases están construidas desde la sinceridad de lo que le dicta su corazón. Sus manos puestas en señal de gratitud cada vez que se asoma a la ventana o recibe alguno de tantos gestos de bondad y solidaridad que le han llegado son las de una mujer que ha sacado fuerza de donde ni ella misma sabía que existía. Su súplica para que la gente no pare de rezar, invocando al santo que sea, o conectándose con el ser superior en el que cada uno crea, es genuina y sincera.

Si ella logra sostenerse en pie y su vigor espiritual no se acaba, la violencia que han intentado imponer los que mandaron a dispararle a Miguel no ganará la partida

La verdad es que este país está lleno de ‘María Claudias’. Casi la mitad de las víctimas directas del conflicto armado y la violencia política en Colombia han sido mujeres. Muchas, como ella, han tenido que sostener sus hogares por meses mientras sus esposos se recuperan de una mina antipersonal, de una bala, de un bombazo. Otras tantas simplemente tienen que resignarse a perder a sus compañeros y quedan viudas. Más de 3 millones de ellas han sido sacadas a la fuerza de sus casas y obligadas a desplazarse en las últimas décadas. Sin embargo, las ‘María Claudias’, que son en su mayoría invisibles, se convierten en seres imprescindibles en un país que debería decirles “fuerza” y darles las gracias por no dejarse vencer aunque tengan todos los motivos para estar tristes.

Estoy seguro de que María Claudia Tarazona es la fuerza que sostiene a Miguel; es el aliento que no deja que su hijo y sus hijas se derrumben y es la depositaria –no buscada– de una misión que es superior a una campaña política o a un momento electoral: la causa de un país unido y la sanación colectiva, a partir de su testimonio y de su actitud frente a la vida, a pesar de haber visto tan de cerca la muerte. ¡Fuerza, María Claudia!

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Y mientras escribía esta columna, otra mujer admirable de esa familia, doña Nydia Quintero, la abuela de Miguel, partía de este mundo con la satisfacción del deber cumplido. ¡Gracias por tanto, doña Nydia!

JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.

Columnista de EL TIEMPO

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