Activismos que destruyen

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Por Javier Mozzo Peña

Posesionados como están los nuevos funcionarios de alto rango que acompañarán al presidente Gustavo Petro -leales activistas de su proyecto político- se solidifica su postura en torno a que está más interesado en delegar el difícil día a día de la administración a confiables seguidores y alejarse de los “tecnócratas”.

Muy lejos del mandatario que, recién posesionado, invitaba a titulados en doctorados a colaborar “en la conducción del gobierno”, y a que adjuntaran sus hojas de vida en un enlace en internet.

El contexto es atrayente hacia este debate. Petro sacó de su gobierno a considerados “tecnócratas” -como los ex ministros José Antonio Ocampo, Alejandro Gaviria y Cecilia López- luego de que le advirtieron fatales consecuencias de reformas clave de su administración, que han avanzado en el Congreso, algunas, sin los correspondientes avales fiscales.

Los tecnócratas son profesionales ampliamente preparados, con estudios de alto nivel en distintos campos. Solo por mencionar a Ocampo, además de haber dirigido el Departamento Nacional de Planeación, varios ministerios y la CEPAL, es uno de los economistas más referenciados en el mundo. Es decir, un tecnócrata que une la dirección de organizaciones con muy sólidas bases académicas, credenciales a la altura de lo que se exige de alguien que maneje las finanzas públicas y la política económica del país.

En la muy corta historia de Colombia, tal vez desde el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, magísteres y doctores se han encargado en darle forma y, en muchos casos, aterrizar con cifras y análisis bien estructurados, las entendibles ambiciones con las que asume todo mandatario. Adicionalmente, orientan y lideran equipos de profesionales muy bien preparados.

Los tecnócratas se han levantado como una pared que separa lo político y lo técnico, para evitar locas e ilógicas propuestas de los presidentes. A la tecnocracia se deben triunfos parciales en la Constitución de 1991, como la independencia del Banco de la República o la participación de empresas privadas en la provisión de servicios a cargo del estado.

El profesor de administración de la Universidad de Los Andes, Francisco Azuero, nos enseña que en tres frentes de la política económica ha predominado la tecnocracia: la política monetaria y cambiaria; la construcción de instituciones que propenden por la estabilidad fiscal; y la regulación de la banca.

¿Qué pasaría si no existieran análisis bien planificados de tecnócratas sobre la propuesta de un tren elevado eléctrico entre Buenaventura o Barranquilla? Esas promesas, cómo no, arrancan rabiosos aplausos en acaloradas plazas públicas.

En lo poco que ha avanzado este año, los tecnócratas ya han sido calificados por miembros del gobierno como “yupicitos” y “gomelos”, desconectados de las necesidades de la población y obstáculos en la marcha del país. Con mucha razón, las afirmaciones levantaron la indignación del ex rector de la Universidad Nacional y post doctorado de la Universidad de Nueva York, Moisés Wasserman: “Lo único que nos faltaba era acusar a la educación superior de ser enemiga del pueblo y del progreso”.

Al tenor de los recientes comentarios desobligantes hacia quienes alcanzaron los más elevados niveles educativos, puestos al servicio público, se concluye que los tecnócratas no levantan un voto, pero los activistas y seguidores que Petro ha nombrado parece que sí y muchos.

En el medio está, por ejemplo, la ejecución del Presupuesto General de la Nación. El de este año es el más abultado en la historia y requiere una conducción seria, apegada a lo aprobado por el Congreso y alejado de la “mermelada”.

Algo que a Petro parece incomodarle bastante. Esta incomodidad ha sido pagada con su despido por decenas de experimentados funcionarios del Ministerio de Hacienda, según una reciente denuncia de la senadora Paloma Valencia.

En el debate de dejar en manos de leales seguidores el manejo del Gobierno, hay quienes sopesan la tesis de que Petro ha renunciado a gobernar. Esta semana surgió una nueva opinión, esbozada por el filósofo y comentarista Andrés Mejía: “Yo creo que el presidente ha empezado a renunciar a gobernar el país”, dijo Mejía en un “podcast” de La Silla Vacía. “Cada vez más el acento de todas las acciones del gobierno se va del campo de juego de la política pública, al campo de juego de la política”.

El activismo puede llegar a destruir. Ya lo planteó con un tono enérgico Jorge Iván González, filósofo, magíster en economía, doctor de la Universidad de Lovaina y defenestrado por Petro: “Es increíble ver cómo se pasa de un consejo de ministros de gobernantes, a un consejo de ministros que es cada vez más de activistas. De pronto vamos a caer en un activismo que destruya”.

Oponerse con argumentos y cifras a ideas ilógicas de Petro y dirigir eficientemente organizaciones es algo que, al parecer, ni Carlos Carrillo, en la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos de Desastres; Alexander López, en el Departamento Nacional de Planeación; o Gustavo Bolívar, en el Prosperidad Social, tienen credenciales suficientes. Los tres más recientes activistas leales llamados a las filas por el presidente.

@javimozzo

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