Análisis Ley del Montes. Visita de Francisco a Colombia: ¿La paz sea con vosotros?

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POR ÓSCAR MONTES – @LEYDELMONTES

Mientras el Gobierno le quiere sacar réditos políticos a la visita del Papa el próximo año, sus más grandes contradictores critican el afán del presidente Santos por convertirlo en promotor de los diálogos de La Habana.
La visita del papa Francisco a Colombia ha desatado -¡cuándo no!- una controversia nacional. Esta vez el debate tiene que ver con los cuestionamientos que le hacen los opositores al gobierno de Juan Manuel Santos por la utilización que hará del periplo de Su Santidad por el país para sumarlo a la causa de la negociación con las Farc en La Habana.

Los contradictores de Santos sostienen que el Gobierno abusa de la figura de Francisco al convertirlo en una especie de Mesías de la paz, mientras que sus amigos consideran que tener al Papa del lado de la negociación es tanto como haber incorporado a Messi al equipo. De hecho, el hijo del presidente –Martín Santos- en un ataque de desbordado optimismo escribió en Twitter que “el Santo Padre vendrá a Colombia y con él llegará la tan anhelada y esperada paz”. Su padre también se dejó llevar por la emoción y anunció en Twitter que “Colombia recibirá al Papa con los brazos y el corazón abiertos”. Posteriormente, escribió que “la carta del Papa a los colombianos es un gran estímulo para que todos sigamos trabajando por la paz”.

La controversia desatada por cuenta del encuentro de Francisco con los colombianos es exagerada, puesto que todas las visitas de los papas a cualquier país del mundo responden tanto a razones pastorales, como a motivaciones políticas. Algunos lo hacían para combatir el comunismo, como Juan Pablo II, gran aliado de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher en los 80, y otros lo hacen para acabar con los conflictos internos de algunos países, como sucede en la actualidad con Francisco.

Cuando los papas han venido a Colombia lo han hecho por razones políticas, aunque teniendo muy presente su misión pastoral y su compromiso en la promoción de la fe católica. Y siempre los gobiernos de turno –al igual que Santos ahora- pretendieron sacarles réditos políticos a esas visitas. Así ocurrió en agosto de 1968 con la llegada a Bogotá de Pablo VI en tiempos de Carlos Lleras, quien aprovechó la ocasión para promocionar su política de vivienda en los sectores populares y los programas de asistencia a los campesinos del país. Y también sucedió con Juan Pablo II en julio de 1986 durante el gobierno de Belisario Betancur, quien pretendió limpiar su imagen por el errático manejo que les dio, tanto a la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, como a la tragedia de Armero, Tolima, luego de la erupción del Nevado del Ruiz, ocurridas en noviembre de 1985.

De manera que nada de lo que está sucediendo debe sorprender. El Papa vendrá a Colombia el próximo año y Santos le pondrá la camiseta de la paz con las Farc, aunque Francisco considere –como lo dijo el Vaticano en la carta que envió a monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal– que “un proceso de paz no se agota en espacios y en planes de corta duración”. En otras palabras, lo que Francisco quiere decir es que con su sola visita no vendrá a Colombia la “tan anhelada y esperada paz”, como escribió Martín Santos. Crear esa falsa expectativa es irresponsable y carece de fundamento, como bien lo expresó el Vaticano en su carta en la que anuncia la visita del Papa al país, “durante uno de sus viajes a América Latina”.

En su misiva a la Conferencia Episcopal, firmada por el Secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, el papa Francisco llama la atención sobre los asuntos realmente importantes que servirán de soporte para que la paz en Colombia sea viable y perdure. “Hay que arriesgarse –dice Francisco– a cimentar la paz desde las víctimas, con un compromiso permanente para que se restaure su dignidad, se reconozca su dolor y se repare el daño sufrido”.

En esas palabras del Santo Padre se resume el que debería ser el verdadero propósito de la negociación con las Farc: la reparación a las víctimas. Las víctimas del conflicto –por supuesto– pero sobre todo las víctimas de las Farc, que son cientos de miles, las cuales siguen siendo marginadas e incluso manipuladas no solo por los delegados de ese grupo guerrillero en La Habana, sino por el propio Gobierno, que se ha tragado el sapo de escuchar a los delegados de las Farc declararse víctimas del conflicto, en lugar de reconocer su condición de victimarias.

Pero Francisco va mucho más allá en su mensaje a la Conferencia Episcopal, pues anuncia que para que la paz sea sólida y perdure debe hacerse con el firme propósito de luchar contra “la injusticia, la inequidad y la marginación”. Es ahí donde radica el secreto de la paz duradera. No es con la firma de los acuerdos con las Farc en La Habana como llegará a Colombia la “tan anhelada y esperada paz”, como pregona el director de la Fundación Buen Gobierno e hijo del Presidente de la República.

Vender la idea de que la paz llegará a Colombia con la visita de Francisco es una apuesta muy arriesgada, no solo porque es evidente que ello no ocurrirá, sino porque deja en manos de un tercero lo que es un asunto que debe ser resuelto por todos los colombianos, especialmente por quienes negocian en La Habana. Si los diálogos fracasan, los únicos responsables serán quienes dialogan en la isla. Ni el papa Francisco ni quienes se oponen a la negociación serán culpables del descalabro. Al anunciar su presencia en Colombia el próximo año, el Papa ofrece sus buenos oficios para la reconciliación nacional y reafirma el compromiso y la solidaridad de la Iglesia Católica con todos los procesos de paz que se han llevado a cabo en el país hasta el momento. Nada más. Punto. El “milagro de la paz”, como esperan algunos, se logra –como dice Francisco– luchando contra la “injusticia, la inequidad y la marginación”.

¿Visita pastoral o espaldarazo a la negociación con las Farc?

Aunque el gobierno de Juan Manuel Santos se ha mostrado particularmente interesado en destacar el respaldo del papa Francisco a la negociación de La Habana, El Vaticano ha sido muy prudente en resaltar que la visita del Papa no tiene intereses políticos de ninguna índole y que de lo que se trata es de apoyar la paz “en todos sus aspectos”. Es decir, no se trata de un espaldarazo específico de Francisco a la negociación con las Farc, como hábilmente lo muestran los amigos del Gobierno. De hecho, monseñor Darío Gómez Zuluaga afirmó que “lo que mueve al Papa a venir a Colombia no es una política específica, no es apoyar a un Estado colombiano, ni una política pública de un gobierno determinado, sino que es una misión puramente apostólica, espiritual y pastoral”. Para el nuncio apostólico en Colombia, Ettore Balestrero, “el Papa quiere la paz y trabaja por la paz”, lo que significa que la voluntad de Francisco es más integral y va mucho más allá de la firma de los acuerdos de La Habana con las Farc. Los alcances de la paz del máximo líder del mundo católico son más ambiciosos que los que podrían lograrse entre el Gobierno y un grupo armado ilegal en particular. De ahí que resulte irresponsable afirmar que con su visita, Colombia alcanzará la “tan anhelada y esperada paz”.

Envidia, es mejor despertarla que sentirla

Los contradictores del Gobierno también pecan al pretender restarle importancia y trascendencia a la visita de Francisco. Para cualquier país mayoritariamente católico –como Colombia- es mejor que un Papa lo visite a que no lo visite. Incluso para quienes no comulgan con creencias religiosas, como es el caso de los líderes de las Farc, ahora convertidos al cristianismo, es mejor tener algún tipo de interlocución con el Papa que no tenerla. El Papa es el líder espiritual de millones de personas y su voz es escuchada por todos los gobernantes del mundo. Si de lo que se trata es de encontrar un vocero de la paz colombiana, nadie mejor que Francisco, como muy bien lo ha entendido el presidente Santos, quien -mientras baja a sombrerazos del bus de La Habana al procurador Alejandro Ordóñez y le pide que no se meta en la negociación- le abre el corazón y los brazos a Francisco para que se suba al mismo. Aunque la historia terminó cobrándole a Belisario Betancur el manejo que le dio a las tragedias del Palacio de Justicia y de Armero en 1985, nadie olvida la imagen de Juan Pablo II besando el suelo de Armero y orando por las 20.000 personas que perdieron la vida en el pueblo algodonero del Tolima. Millones de colombianos también tienen presente la imagen de Pablo VI celebrando la misa en el Templete Eucarístico de Bogotá, aunque pocos recuerdan que en su homilía se refirió a las “revoluciones que pudieron evitarse” si los gobernantes hubieran tenido en cuenta a los más pobres.

La importancia de una “paz estable” en Colombia

Pese a que el Gobierno está particularmente interesado en focalizar la visita del Papa a la negociación con las Farc en La Habana, el mensaje del Vaticano llama la atención en la importancia que requiere “una paz estable” en Colombia. Ello significa que no sólo la firma de los acuerdos con ese grupo guerrillero son determinantes para superar el conflicto interno, sino que es necesario ocuparse con sumo interés de los desplazados, los afectados por las minas antipersonales, los secuestrados y todas aquellas personas que –por una u otra razón- han sido marginadas por los gobernantes de turno. En ese sentido, la visita de Francisco a Colombia debería servir para que el Gobierno ponga en marcha ambiciosos programas sociales que sirvan para que millones de compatriotas abandonen la miseria y alcancen condiciones de vida dignas. Programas que poco o nada tienen que ver con la negociación con las Farc en La Habana. Es a esa paz a la que se refieren los jerarcas de la Iglesia Católica cuando afirman que el “Papa quiere la paz y trabaja por la paz”. El papa Francisco ha sido particularmente vocero de los más vulnerables, en especial de los de América Latina. En ese sentido su visita al país tendrá una profunda carga espiritual y un enorme compromiso pastoral. Esa es la razón de su insistencia en que su presencia en el país no sea “politizada” por quienes diseñan “espacios y planes de corta duración”.

Una carta en un momento crucial

La carta del Vaticano a monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal colombiana, en la que anuncia la visita de Francisco el próximo año, llega cuando los diálogos de La Habana se encuentran en su momento crucial y donde se define la suerte de quienes deberían ser las grandes protagonistas de la negociación: las víctimas, quienes deben ser reparadas social, material y espiritualmente. Quienes primero deberían tomar nota de los términos de la carta son los voceros de las Farc, quienes se empecinan en ignorar a sus víctimas, que siguen cargando la cruz de los actos de terror cometidos por ese grupo guerrillero. Punto. Y aunque el Gobierno tiene afán por lograr la firma de acuerdos este año, todo hace pensar que solo hasta el 2016 la negociación podría considerarse irreversible, siempre y cuando se logren acuerdos tanto en el punto que tiene que ver con las víctimas, como con los relacionados con la entrega o dejación de armas, la participación en política de los jefes guerrilleros y refrendación popular de lo pactado. La visita del Papa podría coincidir, incluso, con la firma de la negociación en La Habana, lo que se convertiría –eso sí- en un hecho político. Que Francisco aparezca en la foto de la firma de los acuerdos de La Habana sería un verdadero espaldarazo al posconflicto, que seguiría una vez Gobierno y Farc pacten la paz.

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