En Gaza un pueblo inocente entre dos fanatismos enfrentados

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Juan Manuel Ospina

El drama, la pesadilla que se vive en Gaza, muestra hasta dónde al ser humano le sale la bestia, cuando se trata de defender su territorialidad; un comportamiento que nos viene de nuestras raíces animales. Somos territoriales y si algo desata una reacción violenta, es sentir amenazada nuestra territorialidad.

En el Medio Oriente, a orillas del Mediterráneo, cuna de las más importantes civilizaciones occidentales, durante siglos convivieron árabes y judíos, en el respeto a sus identidades y creencias, compartiendo un territorio que histórica y culturalmente, era, es de ambos. Ya desde mediados del siglo XIX, empiezan a darse reclamos y movimientos para una partición de esas tierras compartidas, y conformar un estado israelí; es el sionismo. Obviamente, esto genera una reacción de la población árabe, que lo vivió y lo vive, como una amenaza. El disparador del conflicto abierto, que no termina, fueron los Nazis y su genocidio de los judíos europeos. En el proceso de creación de un estado judío, luego de la guerra mundial, entró a jugar el reclamo radical por su Estado, de los sionistas nacionalistas, desconociendo los derechos históricos de los palestinos, sobre esos territorios. A esto se unió la mala conciencia europea por la persecución

genocida que sufrieron los judíos en Europa. Las nacientes Naciones Unidas, apoyaron la

conformación, en ese territorio, de dos estados, el judío y el palestino.

Este es un asunto central en el orden internacional que, 95 años después, sigue sin solución, alimentando un conflicto interminable y sangriento, entre judíos y palestinos, con ayatolas de lado y lado que se empecinan en desconocer al otro, obsesionados con borrarlo del planeta y de la historia. El estado judío, hoy controlado por una ultraderecha delirante, se enfrenta con otros delirantes, los guerrilleros de Hamas. Dos delirios políticos y asesinos que convirtieron la tierra de los profetas y de Jesús, en un campo de destrucción y muerte. En medio de ese fuego cruzado de balas y de odios, entre los fanáticos de ambos bandos, en una confrontación a muerte que parece no tener fin, está el pueblo palestino, perseguido, humillado y asesinado en su tierra. Sus derechos

son la razón principal del conflicto y, a la vez, son sus principales víctimas.

Si todavía hay justicia en el mundo, a Netanyau y su camarilla y a los jefes de Hamas, les espera un juicio y una condena severa por sus acciones genocidas. Aún las guerras tienen sus reglas conocidas y su incumplimiento y desconocimiento descarado, tienen sus consecuencias, porque son crímenes de lesa humanidad. Por encima de los poderes nacionales está el poder moral de la comunidad internacional, reclamando el respeto a las leyes de la guerra y el respeto a los derechos de todos, especialmente de la población civil, que pone el grueso de los muertos y padece la violación de los derechos humanos, que son sus derechos.

Hoy, en medio de las dificultades y desafíos presentes, es patética la impotencia de las Naciones Unidas, en su Asamblea General y en el Consejo de Seguridad, mientras Israel adelanta en Gaza, su política de tierra arrasada. El mundo actual, unificado y multipolar, reclama nuevas instituciones donde no prime el veto de los poderosos, sino la voluntad democrática de la mayoría. Hoy, es un sueño, pero mañana necesita ser una realidad. Mientras tanto, es factible e igualmente necesaria, la conformación y consolidación de organizaciones regionales, que expresen la diversidad constitutiva de la realidad humana y de las sociedades, así como el carácter no hegemónico y plural que debe tener el poder y su ejercicio en un mundo diverso para, a partir de esa realidad, conformar un ordenamiento y unas reglas de juego que faciliten la expresión democrática de la

autoridad y no su imposición autoritaria, por unos pocos mandamases. Puede ser utópico, pero es la necesaria utopía del manejo civilizado de las naturales diferencias entre las sociedades y sus Estados. Utopía hoy más urgente como nunca, para evitar que se desemboque en más violencia, en más guerras.

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