Nelson Mandela, el hombre que reconcilió a Sudáfrica

Compartir:

Frente al tribunal que lo condenó prisión perpetua, Nelson Mandela dijo no temer a la muerte si era necesaria para realizar sus ideales. Era abril de 1964. El entonces joven militante antiapartheid ignoraba que viviría para presenciar la caída del régimen segregacionista en Sudáfrica y ascendería a lo más alto de la primera democracia multirracial en la historia del país.

El fallecimiento de Mandela apaga una de las voces esenciales de la lucha por la libertad humana en el siglo XX. Su entrega a la reconciliación de blancos y negros en una Sudáfrica democrática constituye una lección aún no aprendida por varios pueblos africanos, que se desangran en infinitas guerras civiles; su desprendimiento del poder interpela a otros líderes populares, devenidos dictadores por la sed de gobernar.

Mandela vivió, quizás como ninguna personalidad de la historia contemporánea, el doloroso tránsito del sacrificio asumido al calvario y el ascenso a la cruz redentora, padecido durante 27 años de cárcel. Su liberación y los años posteriores de gobierno y retiro lo cubrieron con una merecida gloria.

De la violencia a la reconciliación

Pero Madiba –su nombre en el clan Xhosa—no siempre fue el anciano sereno de sus años crepusculares. En la cuesta de su carrera política tuvo que tomar decisiones difíciles que marcaron con fuego su biografía de militante antirracista.

En 1961 Mandela participó en la fundación del grupo Umkhonto we Sizwe, MK (Lanza de la Nación), el brazo armado del Congreso Nacional Africano (ANC). Con esa organización el movimiento antiapartheid inició tres décadas de guerra contra el gobierno de Pretoria, ejecutada mayormente mediante sabotajes dirigidos contra los cimientos económicos y políticos del régimen.

“En la vida de un país llega una época en la que solo quedan dos opciones: someterse o luchar”, afirmaba el Manifiesto del MK. “Ese tiempo ha llegado a Sudáfrica. No debemos someternos y no tenemos otra alternativa que defender por todos los medios a nuestro alcance a nuestro pueblo, nuestro futuro y nuestra libertad.”

Mandela fue juzgado por sabotaje y conspiración para derrocar al gobierno. En el Juicio de Rivonia dijo que se había sentido moralmente obligado a desatar la violencia, pues los tradicionales métodos de resistencia pacífica del ANC habían fracasado. La Corte Suprema de Pretoria lo condenó a cadena perpetua.

Durante 27 años el líder sudafricano vivió en la cárcel. Primero en la famosa prisión de Robben Island y luego en Pollsmoor y Victor Verster. Pero los muros de su celda no impidieron que se convirtiera en el preso más famoso del mundo, por su indeclinable compromiso con la libertad de Sudáfrica.

En 11 de febrero de 1990 Mandela salió del presidio, gracias a una intensa presión internacional y el cambio de gobierno en Pretoria. El largo camino hacia la reconciliación había comenzado antes de su liberación, durante las negociaciones con el presidente Frederik de Klerk. Sin embargo, la violencia no cesó con la excarcelación de Mandela. A pesar de la tregua pactada en la Conferencia Nacional de Paz de 1991, grupos extremistas blancos, militantes del partido zulú Inkhata y miembros del ANC continuaron sus enfrentamientos.

Las negociaciones entre las tres partes concluyeron con las elecciones de abril de 1994, en las cuales Mandela resultó electo para encabezar un gobierno de unidad nacional. “Nunca, nunca y nunca más esta hermosa tierra volverá a padecer la opresión de unos sobre otros, ni sufrirá la indignidad de ser la escoria del mundo”, prometió en su discurso inaugural el 10 de mayo. “Que reine la libertad”, sentenció.

El presidente de todos los sudafricanos

Mandela cumplió con sus votos a favor de la reconciliación nacional. Uno de los momentos culminantes de su empeño ocurrió en 1995, en la final de la Copa Mundial de Rugby. Ante una afición exaltada por la victoria del equipo local, los Springboks, el presidente entregó el trofeo de campeones al capital François Pienaar, un joven blanco de origen afrikáner. El líder sudafricano había convocado a todos los habitantes del país, sin importar la raza, a apoyar a los Springboks como un símbolo de los nuevos tiempos. “Mandela se ganó el corazón de millones de fanáticos blancos del rugby”, reconoció de Klerk.

Durante su único lustro en el poder Mandela trató de cerrar las heridas provocadas por el Apartheid. Escuchó las reivindicaciones de la mayoría negra, mientras ofreció seguridad a la minoría blanca sobre su futuro bajo la naciente democracia multirracial. Forjó las bases de la «Nación Arcoíris», como la llamó en sus primeras semanas de gobierno. Recibió duras críticas de los representantes más intransigentes de ambas partes. Cometió errores.

Al final de su mandato en 1999, Mandela cedió su puesto a Thabo Mbeki, electo en los segundos comicios democráticos del país. En su discurso de despedida en el parlamento aseguró, con suma humildad, que sus logros como líder se debían al pueblo sudafricano y a quienes en el mundo luchaban por una vida mejor para todos.

A pesar de sus intenciones de retirarse a casa en el poblado de Qunu y abandonar la política, Mandela protagonizó una activa carrera internacional casi hasta su muerte. Durante sus viajes y discursos defendió sus causas más preciadas y criticó a quienes, a su juicio, atentaban contra la libertad y la paz. El eco de sus invectivas contra el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe –por las violaciones a los derechos humanos en ese país africano—y los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña por la invasión a Irak en 2003, mostraron su peso como personalidad mundial. En lo interno, Mandela encabezó la apertura de una nueva política hacia el sida, considerado un tema tabú por la población sudafricana.

Compartir: