Se avecina una nueva temporada de delfines

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Por: Ricardo Galán

Bogotá, 20 de Octubre ¬_RAM_.-. No, no voy a hablar de la temporada que ocurre cada año en el Amazonas cuando los delfines rosados se reúnen para aparearse y garantizar la supervivencia de su especie. Estoy hablando de la temporada de delfines que ocurre cada 4 años cuando el poder político en Colombia “se renueva”. También para garantizar la sobrevivencia de su especie.

En Colombia, a la usanza de las antiguas monarquías, el usufructo del poder pasa de los padres a los hijos, los nietos, los primos, los sobrinos, las esposas, como lo describe de manera exacta Álvaro Salom Becerra en el siguiente pasaje de su libro El Delfín.

«La muchedumbre enmudeció. El doctor Nacianceno Terán, con voz entrecortada por la fatiga dijo apenas: ¡Fue un varón! pesó ocho libras …! él y la señora Catalina se encuentran en perfectas condiciones… Todo, a Dios gracias, salió bien…! La emoción tanto tiempo contenida se desbordó. Un clamor formidable subió hasta el cielo. El mismo que en las monarquías sucede al anuncio de que ha nacido el heredero del trono. Alguien gritó: ¡Viva el futuro Presidente de le Republica!, ¡Vivaa!, replicó la multitud enloquecida de alegría.

Este año la temporada de delfines nos amenaza con estar especialmente prolífica. Tanto que es muy posible que dos primos dobles disputen la Presidencia de la República.

En las próximas elecciones, para bien o para mal, nuevos apellidos ingresarán a la hasta ahora corta y exclusiva realeza colombiana. Apellidos como Serpa, Ramos, Garzón y Cepeda se sumarán a dinastías como las de los Santos, Iragorry, Valencia, Gómez, Lleras y López de toda la vida.

Hijos de antiguos luchadores contra la dominación de las castas tradicionales como Lucho Garzón y Angelino Garzón. Luis Carlos Galán y Piedad Córdoba entran a la fila de sucesión por el poder. Algunos como Ángela Garzón, hija de Angelino, desde los partidos de más rancia tradición y otros desde supuestos movimientos renovadores como Eduardo Andrés, el hijo de Lucho desde la Alianza Verde Progresista o desde la oposición como Iván Cepeda en el Polo Democrático y Alfredo Ramos desde el Centro Democrático.

Esto solo para mencionar a los que podríamos llamar delfines de primera generación que se suman a aquellos que le heredaron sus cargos a sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos.

Esa falsa renovación de la política no es buena o mala per se. Depende de la vocación de servicio de cada persona, pero demuestra el escaso interés que despierta en los jóvenes el ejercicio de la política y el servicio público entre otras razones por lo difícil que les resulta competir en igualdad de condiciones con “Los Delfines”

“La gran ventaja del delfinazgo es el reconocimiento del nombre y los apellidos de los dignatarios anteriores. Los hijos de los políticos reconocidos en antaño adquieren gran ventaja sobre sus adversarios con tan solo el anuncio de su candidatura en elecciones democráticas. Esa es una de las ventajas del poder de los padres, de ahí la predilección de los hijos por éste. Una vez en él, y con la dominación de todos los instrumentos posibles al alcance de quien manda, el resultado puede adivinarse, es decir, se puede perpetuar una ideología hegemónica y una tradición conservadora por medio de esta vía” explica Alexander Peña, en su blog La Pasión Inútil.

¿Qué hacer? ¿Debemos votar por los delfines y ayudar a perpetuar el ejercicio del poder de sus familias? En cada uno de nosotros está la decisión. Yo trataré de encontrar candidatos que de verdad representen aire fresco en la política colombiana. Debe haber. El asunto consiste en saberlos encontrar, escuchar con atención que proponen y valorar su capacidad real para convertir en hechos sus ideas.

En las próximas elecciones le apostaré a la renovación.

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