Los enemigos de la restitución de tierras en el Cesar dicen en su panfleto –en el que amenazan de muerte a ocho periodistas de Valledupar– que lo hacen porque están “metiendo las narices” en asuntos que no le competen y por ello les exigen que se callen y que no vuelvan a ocuparse del tema. De hacerlo –dicen los delincuentes- los periodistas serán asesinados.
A Ricardo Calderón, editor de investigaciones de Semana, le hicieron un atentado en la vía Girardot-Bogotá también por andar metiendo las narices en temas que no le competen, como las tristemente célebres chuzadas del DAS a magistrados, periodistas y políticos de la oposición, y en los lujos y privilegios que tienen algunos miembros de la Fuerza Pública que se encuentran recluidos en la cárcel de Tolemaida.
A decenas de colegas los han amenazado de muerte o los han asesinado precisamente por meter las narices donde no los han llamado.
Ocurre, sin embargo, que meter las narices donde no nos han llamado es lo que hacemos quienes vemos en el periodismo la mejor oportunidad de buscar la verdad y poder contarla de la mejor manera posible. No es una tarea fácil. Hay que tener un enorme valor civil y también cierta dosis de desprecio por la vida, pues, sabemos que meter las narices donde no debemos nos puede costar la vida, como en efecto le ocurrió en Valledupar a los colegas Guzmán Quintero y Amparo Jiménez, asesinados hace varios años por husmear en las cloacas de la corrupción en la capital del Cesar para poder contarle esa verdad a sus paisanos y a todo el país.
Si Guzmán y Amparo hubieran mirado para otro lado mientras los bandidos actuaban, muy seguramente hoy estarían disfrutando de la compañía de sus seres queridos. Estarían felices viendo crecer a sus hijos y malcriando a sus nietos. Pero ellos decidieron, valientemente, meter las narices en esos asuntos tan delicados que terminaron costándoles la vida. Y gracias a ellos el país comenzó a entender que en el Cesar se empezaba a fraguar el matrimonio criminal entre miembros de la clase política y organizaciones armadas de extrema derecha. Su muerte no fue en vano.
Orlando Sierra en Manizales también decidió meter las narices para dejar en evidencia los vínculos entre políticos mafiosos de Caldas y grupos paramilitares. Y por ello lo amenazaron y luego lo asesinaron. Lo mataron sí, pero hoy todo el país sabe cómo se tejió esa telaraña criminal.
La lista de periodistas amenazados y asesinados por meter las narices donde no los han llamado, como cínicamente anuncian los enemigos de la restitución de tierras, es interminable y seguirá creciendo, no solo en Colombia, sino en todo el mundo. En México, por ejemplo, todos los días amenazan y asesinan a periodistas y también a sus familiares. Y lo hacen porque son los únicos que han tenido el valor de hacerles frente a los carteles de la droga que se han tomado buena parte del país.
Mientras sectores influyentes de la clase política mexicana sacan pañuelos blancos y piden acuerdos y treguas con los criminales, los periodistas siguen con sus implacables denuncias a sabiendas de que muchos de ellos terminarán torturados o muertos, pero no les importa. Les importa, sí, que el mundo sepa el poder de penetración que han tenido los narcotraficantes en su país, así como su enorme capacidad de corrupción. Ellos solo quieren que se sepa la verdad. Nada más pero tampoco nada menos.
De manera que la búsqueda de la verdad y su revelación tienen un precio muy alto. Eso lo sabemos. Muchas veces es la vida misma, como pueden dar fe los cientos de periodistas asesinados en el mundo. Lo único que pedimos es garantías para poder cumplir con nuestra misión. Garantías por parte del Estado que debe velar porque se cumpla el derecho a informar y estar bien informado. Meter las narices donde no nos han llamado para denunciar actos de corrupción es lo único que nos permite mantenernos en la brega, así a muchos no les guste. Si nosotros no metemos las narices, ¿entonces quién?
Por Óscar Montes
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