Por: Juan David López Vergara y Santiago García Jaramillo
Los próximos 14 y 15 de abril se realizará la sexta Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, Colombia. El presidente de la República, Juan Manuel Santos, explicó que dicha oportunidad era única para poder “llevarles a nuestros pueblos la prosperidad social y económica que tanto anhelan”, enviando así “un mensaje de unidad y oportunidad de la comunidad internacional.” Ni una, ni otra.
Que en dos días varios mandatarios de América Latina se reúnan para debatir sobre los problemas sociales y económicos, no da (ni debe dar) para que se comprometan con tratados internacionales, pactos entre países ‘hermanos’ o regulaciones con carácter normativo. Si Colombia no ha podido solucionar su situación social en más de 200 años, con más de tres constituciones ‘por el pueblo soberano’, qué nos hace pensar que un debate de dos días mejorará por completo la situación del país?
Que la cumbre sea un mensaje de “unidad y oportunidad” de la comunidad internacional, da, en sentido literal, motivos para sentarse a llorar. Basta ver las noticias que ha generado la organización internacional ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), que aun teniendo poca importancia en el derecho internacional, pudieron en tan pocos días crear incertidumbre sobre su asistencia en la Cumbre; Rafael Correa, parafraseando a Hugo Chávez, explicó que si Cuba no es invitado al debate, ningún país de dicha organización internacional se sentaría a debatir sobre los problemas en América Latina. Irónico, porque ALBA surge a partir de una lucha en contra de la pobreza, y extraño, porque son países como Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela, los que necesitan de estos espacios para afrontar su difícil situación.
Sumado a lo anterior, la Cumbre de las Américas se ha vuelto una típica relación de celos y enemigos. Colombia tendrá que decidir si invita a Cuba al evento, teniendo en cuenta que los Estados Unidos de América se niega a que aquella asista, y atenerse a las fuertes palabras y/o actos por parte de Estados Unidos, o no invitarla, y que el ALBA no asista, perdiendo por lo menos la mitad de los integrantes invitados. Colombia, como buen mediador, no ha decidido si apoyar a tres países en contra del neo-liberalismo, o irse con la única potencia mundial que asistirá a la Cumbre.
Pero esta cumbre no sólo ha evidenciado, las ya claras broncas y divisiones latinoamericanas, una vez más ha quedado en evidencia el desdén de la administración Obama con sus vecinos del sur. Desde el primer momento se generó dudadas en cuanto a su participación en la reunión de Cartagena, y no sorprendería su inasistencia, o su presencia por solo unas horas (como está anunciado) cuando en sus múltiples giras siempre ha evadido estas latitudes, y cuando únicamente ha usado el tema latinoamericano para su campaña de reelección desde el tema migratorio, y desde los TLC para tratar de alivianar la fuerte oposición republicana.
Desafortunado el menosprecio de Obama con sus vecinos del sur, olvida el Presidente estadounidense que la lucha del narcotráfico que lidera su país ha dejado centenares de miles de muertos en países como México y Colombia, y que sería un acto mínimo de delicadeza asistir a la discusión de los problemas de la región y participar de ella, pero la respuesta, frente a Colombia, es un nuevo recorte en las ayudas, y no precisamente en el gasto militar, sino en lo “social”, y ahí si ni un pronunciamiento, incluso de quienes creen que la palabra social todo lo santifica y transforma.
La cumbre de las Américas está lejos de ser un espacio de concertación y dialogo y aun más lejos de ser un escenario que busque afrontar y crear frentes de trabajo para la solución de los problemas regionales, mientras un bloque quiere revivir la antigua guerra fría, otro, quiere olvidarse los problemas que aquejan a sus vecinos próximos, así no vamos hacía ningún horizonte.