La soga que aprieta a Rusia

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Por Javier Mozzo Peña

En febrero próximo se completarán tres años de la infame invasión rusa a Ucrania. El rastro que deja se cuenta por centenares de miles de muertos, devastación de infraestructuras vitales y economías resquebrajadas.

El mundo ha presenciado el peor enfrentamiento bélico entre dos estados en lo que va de este siglo, sin que hasta el momento surjan luces que permitan ver el otro lado del túnel.

La herencia que dejan las ansias del dictador Vladimir Putin por recuperar una esfera de influencia para su país, es un comercio mundial completamente alterado especialmente en dos materias primas esenciales: el petróleo y los alimentos.

Por un lado, la imposibilidad de Rusia de vender a todo el mundo su principal riqueza, los hidrocarburos, de una manera normal y legal, y por otro, las dificultades de Ucrania-considerado el granero de la humanidad- de producir y comercializar trigo.

Obviamente, el impacto ha sido devastador para el país invadido. Según el FMI, Ucrania enfrenta una severa desaceleración económica en este semestre ante los repetidos ataques a la infraestructura energética y perniciosos efectos en su mercado laboral y en la confianza.

Para todo el todo el 2024, la proyección de crecimiento del FMI para Ucrania alcanza un 3%, con enormes desafíos que seguirán demandando esfuerzos coordinados de los socios internacionales para afrontar el crudo invierno que se extenderá hasta entrado marzo del 2025.

Sin ese apoyo, iniciado tan pronto arrancaron las hostilidades en febrero del 2022, el país estaría totalmente perdido y ya en manos de Rusia.

Rusia decidió que Ucrania debía ser parte de su territorio y parece que la situación generada en esa ambición alimentada a sangre y fuego no podrá sostenerse por mucho tiempo más.

Ucrania y quienes lo apoyan, especialmente Europa, muestran fallas sistémicas por agotamiento de recursos y ausencia de mano de obra, lo cual desembocará, con toda seguridad, en una solución impuesta que a nadie dejará satisfecho.

Pero en los últimos días la situación ha sido particularmente grave para Rusia.

Por mencionar algunos pocos efectos, el esfuerzo bélico ha llevado al país a perder parte de su población por intensas olas migratorias de jóvenes no más iniciada su invasión; las inversiones y las divisas no fluyen por las sanciones de Occidente; no existe intercambio de tecnología; y la elevada tasa de interés, de dos dígitos, no depara un buen futuro para el poco aparato industrial no bélico que le queda.

El rublo se desplomó a un mínimo de 115 unidades por dólar esta semana, su peor caída en dos años. Al hacerse efectivas las sanciones de Estados Unidos a Gazprombank, la principal herramienta con la que Moscú recibía ingresos por sus ventas de hidrocarburos, la soga en el cuello de Rusia se apretó aún más.

Las cifras no deparan nada bueno para el mayor país del mundo por territorio: El banco central ruso ha afrontado como ha podido la situación, elevando su tipo de interés a más del 21%; la inflación no se sostendrá por mucho tiempo en niveles cercanos al 10% y el enorme gasto militar de un 8% del PIB está dejando graves desbalances en el presupuesto.

Agencias de noticias y analistas ven una economía totalmente sobrecalentada y a punto de estallar. La militarización de Rusia ha enviado cantidades ingentes de dinero al sector de la defensa, creando escasez de mano de obra e inversión en otros sectores.

El mercado laboral tan ajustado ha hecho que solo el 2% de la población en edad de trabajar esté desempleado, mientras la fuga de talento y la movilización de 1,5 millones de hombres ha contraído enormemente la fuerza de trabajo disponible para las ramas civiles de la industria y los servicios.

La economía no militar no tiene capacidad para crecer, mientras que la inflación de productos básicos toca picos insostenibles, de acuerdo con economistas consultados por las agencias de información.

Los precios de la leche, de las tarifas del transporte y el combustible están disparados, sin que se pueda hacer mucho dado el bloqueo de Occidente.

El corresponsal en Berlín de la agencia Reuters, Pierre Briancon, documentó hace poco que los robos de mantequilla en Rusia están aumentando. Desde diciembre del año pasado, los precios del alimento se han disparado en casi 30%.

“El Armagedón con la mantequilla se está intensificando”, expresaron economistas a corresponsales en Moscú de la misma agencia de noticias, quienes señalaron que algunos supermercados han decidido asegurar los bloques de mantequilla en contenedores para disuadir los hurtos.

Las importaciones del alimento del aliado Bielorrusia no han sido suficientes, mientras se esperan grandes contenedores de Turquía, Irán e India.

Si se llega a un acuerdo para terminar con el conflicto -que es lo que se espera con el ascenso de Trump a la Casa Blanca en enero- Rusia no tendrá cómo afrontar una recuperación sostenida sin el apoyo de Occidente.

Estaría al frente de un panorama de desolación similar al que le tocó afrontar terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945. En su momento, el dictador Yosif Stalin rechazó que la Unión Soviética fuera incorporada al Plan Marshall estadounidense, el cual permitió sacar de las cenizas a Europa.

A la vuelta de casi medio siglo, el enorme país sucumbió​ y su enorme esfera de influencia que cubría 15 países desapareció de la noche a la mañana. Tal vez Putin no tenga que esperar siquiera media década para contemplar un nuevo colapso ruso.

@javimozzo

 

 

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