La Ley del Montes |¡Ni amigos ni aliados de un tirano!

Compartir:

POR OSCAR MONTES

@LEYDELMONTES

La crisis venezolana coincide con los primeros dos años de mandato de Gustavo Petro. En ambos casos su gestión es deficitaria y preocupante. Con el régimen abusador de Nicolás Maduro, quien decidió –junto con la cúpula chavista que gobierna el vecino país– robarse las elecciones, Petro asumió desde el comienzo una postura tímida y dócil, que dista mucho del comportamiento que debe tener un jefe de Estado a la hora de rechazar conductas abiertamente despóticas y antidemocráticas, como las que lidera Maduro y su cohorte de compinches.

Una cosa es ser prudente y otra muy distinta prestarse para el autoritarismo y la tiranía. El presidente Petro debe entender que su posición ante el régimen chavista imperante en Venezuela no puede ser personal, sino institucional. Las afinidades ideológicas y políticas de Petro con Maduro –cada día más evidentes– deben ser marginales a la hora de ocuparse de los delicados asuntos del Estado colombiano.

Desde el momento mismo en que el presidente del CNE, el adyecto Elvis Amoroso, declaró ganador a Maduro sobre Edmundo González, el mundo supo que asistía al robo más descarado de unas elecciones en las últimas décadas. Jamás se vio algo semejante. Las encuestas mostraban una diferencia de 30 puntos entre Maduro y González, candidato opositor, después de que la Contraloría de Venezuela inhabilitara –sin razón alguna y de forma grosera– a María Corina Machado. Esas abismales diferencias fueron ratificadas en las urnas, como lo demostró la propia María Corina con las actas electorales en las manos. Gracias a su astucia y su valor, el “atraco electoral” de Maduro quedó en evidencia. El demoledor informe de la Fundación Cárter despejó cualquier duda sobre el robo. Este documento puso en ridículo a los observadores colombianos invitados por el CNE –Ernesto Samper, Clara López y Timochenko– quienes no “observaron” el robo que se produjo en sus narices.

Las pruebas contundentes de María Corina –que ni Maduro ni sus aliados en Venezuela y fuera de ella han podido desvirtuar– llevaron a la comunidad internacional, con Estados Unidos y la OEA a la cabeza, a la convicción de que el chavismo pretende darle un zarpazo –uno más– a la democracia en Venezuela.

La respuesta cruenta del régimen chavista, en contra de quienes se han atrevido a desafiarlo, merece el repudio de quienes enarbolan banderas democráticas en el mundo. Ningún demócrata puede permanecer indiferente ante el baño de sangre que Maduro y sus secuaces emprendieron en Venezuela. Esa indiferencia no es más que complicidad o cobardía. O ambas.

¿Qué sigue en Venezuela después del robo de Maduro a Edmundo González? ¿Qué debe hacer Colombia, en cabeza de Gustavo Petro?

Petro, el “consejero” de Maduro que quiere ser mediador

Gustavo Petro la aparente neutralidad con Venezuela terminó llevándolo a las redes del chavismo venezolano. Y ello es así porque no se puede ser neutral ante la barbarie. La obligación de Colombia es estar con el pueblo venezolano y no al lado de quienes masacran jóvenes en las calles y torturan opositores en las cárceles.

Abstenerse de votar la resolución de la OEA que exigía la publicación de las actas electorales de forma inmediata dejó en claro que Petro, más que neutral, es un aliado incondicional de Maduro.

De hecho, es su “consejero”, como lo confesó el propio Maduro. Es evidente que Petro, aunque quisiera, no puede desempeñar las dos funciones: o es mediador para superar la crisis en Venezuela, dándoles plenas garantías a la oposición, o es “consejero” de Maduro y lo ayuda a hacerle frente a dichos opositores. Por lo visto, se siente más cómodo como “consejero” de Maduro que como mediador.

Venezuela: un Estado fallido dominado por el crimen organizado

La cruenta represión oficial del chavismo en Venezuela –con decenas de asesinatos y más de 1.300 detenidos desde el pasado domingo– evidencia que el propósito de Maduro y sus compinches no es defender la democracia, sino imponer sus propios intereses.

En Venezuela impera un sistema criminal muy bien aceitado, del que hacen parte la Presidencia de la República, el sistema electoral, los altos tribunales de Justicia y la Asamblea Nacional. Nada pasa en Venezuela sin que las cabezas más visibles de esos poderes perversos y macabros se entere. Nada ocurre sin que los tenebrosos Padrino López y Diosdado Cabello lo autoricen o desautoricen.

Venezuela es hoy un Estado fallido, cooptado por el crimen organizado y la corrupción. ¿Por qué el llamado Cartel de los Soles, una de las organizaciones narcotraficantes más poderosas del mundo –integrado por altos oficiales de las Fuerzas Armadas– actúa en la absoluta impunidad? ¿Por qué Maduro ejerce pleno control sobre quienes deberían controlarlo, como el CNE y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)? ¿Por qué Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional, se muestra tan servil con Maduro? La prepotencia de quienes controlan al país los lleva a desafiar no solo a quienes desde la propia Venezuela osan hacerles oposición, sino a la comunidad internacional, que ve cómo se deshace la que llegó a ser la nación más próspera de América Latina.

Petro, Lula y AMLO, ¿aliados políticos o cómplices de Maduro?

A Maduro no se le puede seguir llamando presidente. Su comportamiento dista mucho de quienes defienden los valores democráticos. Maduro es un tirano, que está al frente de un régimen despótico que controla el poder político, militar y judicial en Venezuela.

Un país que –de facto– no cumple con la regla de oro de todo sistema democrático, como es la separación de poderes, no puede llamársele democrático. Punto. Y está demostrado que Venezuela –por desgracia– está dominada por el totalitarismo chavista. Esa élite corrupta y criminal es la que controla todos los hilos del poder en el vecino país. Con semejante régimen autoritario no se puede ser complaciente.

Mucho menos asumir posturas confusas o ambiguas, que solo sirven para afilarles aún más las garras a quienes decidieron –desde hace décadas– echar por la borda los principios rectores de la Democracia. Maduro no es un demócrata y quienes tercamente insisten en venderlo al mundo como tal, entre ellos Gustavo Petro, Inacio Lula y Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pasan de ser sus aliados políticos a sus cómplices.

Acabar con el “maridaje criminal” de Maduro con el Eln y la Segunda Marquetalia

Colombia no puede ceder ante el argumento chantajista de Maduro, según el cual la paz del país depende de la estabilidad del régimen chavista. En las actuales circunstancias no es la paz la de Colombia la que depende de Venezuela, sino la guerra. El régimen chavista le ha servido de guarida y escudo a los grupos guerrilleros colombianos, entre ellos el Eln y la Segunda Marquetalia de Iván Márquez.

Hoy ambos actúan a sus anchas en sus zonas de influencia en Venezuela, como aliados armados de Maduro. ¿Quién garantiza que mañana –por una buena cantidad de dinero, producto de sus negocios de narcotráfico– no van a seguir desempeñando el mismo papel? El Eln y la “Nueva Marquetalia” están al servicio del régimen chavista.

Hoy Maduro los necesita más armados que nunca. En ese sentido, ¿cuál es la razón que tendrían para sacar adelante la llamada paz total de Petro? La caída del régimen chavista –con Maduro a la cabeza– si pondría fin a ese “maridaje criminal” que amenaza la estabilidad nacional.

Compartir: