Por: Darío Acevedo Carmona.–
La muerte en combate del máximo jefe de las Farc ha colocado de nuevo sobre la mesa el tema del futuro del conflicto armado. ¿Habrá espacio para el diálogo?, ¿Es cierto que el Estado sólo busca la derrota militar de las guerrillas? ¿se producirá un fin al estilo del que tuvo la guerra civil en Sri Lanka donde la guerrilla separatista de los Tigres Tamiles prefirió ser inmolada en vez de aceptar la rendición? Antes de entrar en materia es pertinente hacer unas anotaciones sobre la reacción de diversos sectores y personalidades. El gobierno nacional presentó el hecho con un indudable tono de satisfacción en razón del altísimo significado del objetivo dado de baja. Sin embargo, no se le puede acusar de haber esgrimido una satisfacción morbosa, sería injusto afirmar que los generales, el ministro de Defensa y el presidente Santos asumieron una actitud triunfalista. El presidente recordó que hay espacio para el diálogo pero siempre y cuando la guerrilla haga señales inequívocas de su deseo de abandonar las armas y cesar en las acciones terroristas y que de no aceptar sólo les quedaría la cárcel o una tumba. Algunos comentaristas, como el profesor Medófilo Medina, citan la parte final de la frase para decir que el ejecutivo sólo quiere la rendición a cambio de nada y que de esa manera lo que se logra es el efecto contrario al diálogo, fortalecer a los guerreros de ambos lados. Como él, hay muchos que piensan que 45 años de lucha merecen alguna compensación de tipo estructural y social, no faltan los que desde la academia, como el profesor Carlos Medina, se atreven a llorar su muerte.
De otra parte, la ex senadora Piedad Córdoba, en tono airado elevó su voz de protesta y utilizando la plataforma de Colombiano(a)s Por la Paz (CCPP) acusó al gobierno de haber saboteado la liberación de secuestrados, el inicio de diálogos de paz y de querer la muerte de los secuestrados. No nos había dicho ella ni su amplificador Iván Cepeda que las gestiones que cualquier instancia o persona estuviesen realizando en pro de nuevos diálogos suponía el compromiso del gobierno de no atacar a las guerrillas o a sus jefes, como si de parte de ellas se hubiere dado el compromiso de cesar ataques contra la fuerza pública y los pueblos violentados del Cauca, Nariño y los Llanos Orientales. No hemos visto por parte alguna que la locuaz ex senadora se queje de los desmanes que venían cometiendo las Farc y el Eln en los últimos meses ni que ellas representasen un peligro para los diálogos de paz. No hubo voces de ningún colectivo de abogados ni de misiones de derechos humanos sobre los crímenes que se cometían usando minas antipersonal y armas no convencionales contra objetivos militares y civiles.
Más insólita fue la reacción del Partido Comunista Colombiano que se refirió a la muerte de alias Cano como un asesinato y no como el resultado de una acción de guerra. Un columnista de izquierda (Oscar Collazos), menos mal, se encargó de refutar el embuste de este partido que pretende que la guerrilla sea inmune a las consecuencias de una guerra por ella misma declarada y azuzada en más de una ocasión cuando sabotearon diálogos de paz con tres gobiernos. En la posición del PCC y de Colombianos por la Paz, como de otros medios, v. gr. Caja de Herramientas y columnistas que es mejor no mencionar para evitar que salgan a decir que se les está “señalando o “macartizando”, lo que queda claro es que la muerte de alias Cano representa una bofetada a la paz y una victoria de los militaristas, como si Cano fuese un angelito y no fuese el mando supremo de una organización que adelanta acciones feroces y sanguinarias contra civiles y militares. Suficiente tenemos los colombianos (que en más de un 95% rechazamos a los grupos ilegales) con el exabrupto que nos vende la imagen del intelectual guerrillero, con sensibilidad política que buscaba una salida negociada al conflicto, pues carecía de sustento lo uno y lo otro. Ni era un intelectual de valía, pues nada dejó que permita honrarlo con tal calidad, ni una idea respetable, ni un libro, ni un liderazgo militar, pues no era mejor que Jojoy y que muchos otros de menor rango, ni un documento, solo su aureola. Y de paz, siempre supimos que era del ala dura y militarista de la Farc, que quiso imponer el dogma de que la paz pasaba por la ejecución de las reformas sociales de fondo como por todo el poder a sus manos. Su arrogancia, testimoniada entre muchos por el ex negociador Camilo Gómez, ayudó al desastre de El Caguán y en buena medida al debilitamiento estratégico que hoy vive esa guerrilla.
No me explico cómo se sustentan argumentos como el de que se les debe hacer concesiones programáticas y políticas a pesar de que como proyecto revolucionario fracasaron y nunca pudieron “representar” a la población y a sus anhelos de bienestar, pues de haberlo logrado no estarían como están al cabo de casi medio siglo de lucha infructuosa. No me explico por qué a la intelectualidad de izquierda le es tan difícil aceptar la derrota del proyecto insurreccional después tanta sangre derramada y de tantos horrores inútiles. ¿Qué hay de humillación en invitar y presionar a las guerrillas para que acepten que la lucha armada no tiene porvenir? ¿Por qué el gobierno colombiano, sea cual fuere, tiene que aceptar condicionamientos de quienes se han caracterizado por su fiereza y su elevada cuota de criminalidad de guerra? Por supuesto que entendemos, y lo muestran las encuestas, que para llegar al final menos doloroso, hay que dialogar y pactar unas condiciones dignas de desmovilización. El problema es que hay sectores de la política y de la opinión ilustrada que le hacen el feo a esta posibilidad al sostener que a las guerrillas hay que reconocerles estatus de beligerancia, aceptar sus propuestas de reforma y eliminar las “causas estructurales de la violencia” como gustan decir algunos entusiastas sociólogo(a)s que fungen de columnistas.
No es sólo que las guerrillas, como acertadamente dice Jorge Orlando Melo, tengan una visión estática y equivocada del mundo y la sociedad que les impide entender el mundo y el país. Hay algo más que Melo y el historiador Eduardo Posada carbó dejan en el campo de las sugerencias y que es urgente retomar. La opinión pública, incluidos los intelectuales y académicos, las Ong humanitaristas y otros medios de opinión, deben retirar todo tipo de argumentos y razones que conduzcan a las guerrillas y a sus aliados y simpatizantes en la vida civil a darle justificación a la lucha armada. En tal sentido cabe preguntar hoy a las miles de personas que dieron con su firma el aval para buscar nuevos caminos al diálogo y a la búsqueda de la “solución negociada del conflicto armado” a partir de las que se constituyó el colectivo CCPP, si están de acuerdo con el aprovechamiento y el giro que a tal gesto de buena fe y buena voluntad le han dado personajes que como Piedad Córdoba, Iván Cepeda y Gloria Cuartas se han dedicado a hacerle coro a las pretensiones de las Farc que manipulan a la opinión con la vida de los secuestrados. Pregunto ¿No es ya el momento de voltear la presión hacia las guerrillas?
Suena increíble que hoy en día, luego del derrumbe del marxismo y de la Unión Soviética, de la conversión de China al capitalismo, de los desastres humanitarios de los comunistas camboyanos y peruanos, de la triste gesta de los dictadores de Cuba y Corea del Norte, del derrumbe del Muro de Berlín, de los nexos de las guerrillas con el narcotráfico y la comisión sistemática de crímenes de guerra: reclutamiento de menores, secuestros (tienen el récord del de mayor duración en la historia humana), uso intensivo de minas antipersona, de animales bomba, etc. haya intelectuales que le siguen dando oxígeno a la lucha armada, que sigan sosteniendo que lo que hay en el país es una violencia originada en “causas objetivas”, o en “causas estructurales”, que “es el hambre el enemigo”, que es la injusticia la que genera violencia y que esta no nace de la subjetiva decisión política de grupos que defienden ideologías revolucionarias, proyectos totalitarios y autoritarios de sociedad como se ha demostrado a través de absolutamente todas las experiencias revolucionarias comunistas del último siglo.
Como pueden ver, me alejé del tema prometido. He aquí unas cortas y sumarias reflexiones sobre el futuro del conflicto. En la guerra cabe la victoria, la derrota y hasta la negociación, hay suficientes ejemplos en el mundo y en Colombia misma. Cada una de esas salidas depende de múltiples circunstancias. Que el estado colombiano busque la derrota militar de las guerrillas no remite a una posición militarista, tiene que ver con, ante todo, la decisión de las Farc de sabotear la generosidad del Estado en los diálogos de El Caguán y de proponer el mayor desafío militar al régimen vigente. No había otra alternativa. ¿Es válida y deseable una negociación?, sí, mil veces sí, pero no a cualquier precio, no para repetir experiencias dolorosas del pasado. Diálogo y negociación con condiciones: declarar en desuso la lucha armada, cesar secuestros y demás acciones terroristas y aceptar la implementación de medidas de justicia alternativa.
Las guerrillas como fuerza dispersa y fragmentada pueden sobrevivir por varios años pues la renta del narcotráfico les proporciona los recursos para reclutar aventureros, delincuentes y jóvenes sin perspectiva. Tratarán de recuperarse del vacío que deja Cano, pero, tendrán graves dificultades para volver a ser los de antes. La guerrilla ha perdido, creo que de modo irreversible, su capacidad estratégica, entendida por tal, la de conquistar el poder por la vía de las armas, se ha desnaturalizado en sumo grado su perfil político tanto por la falta de apoyo popular como por la degradación de sus acciones. Es de esperar que los académicos, intelectuales y políticos que aún les dan algún grado de legitimidad o validación reflexionen sobre si vale la pena mantener sus firmas para un Colectivo manipulado burda y descaradamente contra las instituciones legítimas, y si hay que esperar otro medio siglo para concluir que las guerrillas fracasaron en su propósito de representar los intereses populares. Y ojalá -de no aceptar que es mejor que el Estado imponga su ley- que cuando las guerrillas cometan crímenes digan que esa es una forma de sabotear “la solución política negociada del conflicto armado”. En todo caso más coherencia y menos sentimentalismo y que las fiebres tardías del sarampión revolucionario y progresista no les obnubile el raciocinio.
Los que pensamos los problemas de este país y de la violencia estamos en mora de privilegiar la presión contra los grupos ilegales y apoyar al Estado -el que nunca se debió dejar arrebatar el monopolio de las armas por grupos paramilitares- para que se imponga e impere la ley y el orden, sin caer en ese lugar común según el cual estar a favor del Estado, de la ley (la Constitución del 91, leáse bien), y el orden, significa ser enemigo de la justicia , la libertad y la democracia.
Medellín, 15 de noviembre de 2011