En Colombia, ha habido casos desafortunados y el presidente Petro no es la excepción.

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Por Carlos Obregón

A lo largo de su vida política, el presidente Gustavo Petro se la ha jugado por luchar contra la corrupción y el paramilitarismo. Tal vez fueron sus denuncias, debates y posiciones las que más incidieron para volverse figura nacional y ser elegido; más su gestión en la Alcaldía de Bogotá, sin dudas.

Aunque su gran apuesta gira hoy en torno de la búsqueda de la Paz total, el presidente mantiene su lucha contra la corrupción como una de sus banderas. De hecho, desde el inicio del Gobierno, puso en evidencia ollas podridas como la de la Unidad Nacional de Protección,cuyo director acaba de sufrir un atentando; o el festín con los bienes de la SAE.

En un sistema como el nuestro, lo obvio es que el jefe de Estado controle a sus ministros, les dé línea y los eche cuando no funcionan o se salen de la fila. Es parte de sus tareas cotidianas. Pero no pasa lo mismo en la relación del mandatario con su familia. En Colombia, ha habido casos desafortunados y el presidente Petro no es la excepción. Hoy su hijo mayor, Nicolás, se ha metido en problemas no solo al mandatario sino también al Gobierno, en el que algunos funcionarios tuvieron reuniones con el primogénito que no han debido aceptar.

Las revelaciones de la Revista Semana de los chats entregados por su expareja Day Vásquez sobre tráfico de influencia en los ministerios, y de recepción de dineros de personas cuestionadas en la Costa, desnudan el espíritu arribista de alguien dispuesto a escalar socialmente sin importar los medios. Parecen, no de un militante de izquierda, sino de un alumno de la perversa escuela que gradúa de millonarios a jóvenes antes de los 35 años y que se ufanan en las redes sociales de vivir una vida llena de excentricidades. El lobo de Wall Street parece ser su referente.

El del hijo del presidente es otro caso más de hechos escandalosos protagonizados por familias presidenciales. Vienen desde comienzos del siglo XX con Lorenzo, hijo del presidente José Manuel Marroquín, señalado de beneficiarse con la venta del Canal de Panamá. Uno de los hijos del presidente López Michelsen fue acusado de sacar ventaja del trazado de una carretera en los Llanos, en el famoso caso de la hacienda La Libertad.

Nicolás Petro y Musa Abraham Besaile. Foto tomada perfil de Twitter.
Nicolás Petro y Musa Abraham Besaile. Foto: Twitter.

Los hijos del expresidente Uribe, de aprovecharse del poder para impulsar negocios con el cambio de uso de suelos en la Sabana. La madre del expresidente Duque apareció involucrada —según grabaciones de llamadas— en el tráfico de influencias que el exsenador Mario Castañomovía para adjudicar contratos en entidades públicas. En el caso de Bogotá, la justicia demostró el poder que ejercía el senador Iván Moreno sobre su hermano alcalde.

Lo que ha sucedido en este caso recuerda la famosa respuesta de un dirigente político costeño al que le cuestionaron las relaciones non sanctas de su familia con los corruptos: “Uno tiene derecho a elegir a sus amigos, pero no a su familia”. Es que son unos caradura.

El caso del hijo mayor del presidente Petro parece ser el peor sapo que se ha tragado en estos meses de gestión. En junio de 2022, en campaña, Petro escribió en un trino: “De algo pueden estar seguros: mis hijos e hijas jamás aparecerán firmando comisiones en notarías por negocios que se hacen desde el Estado o volteando tierras para hacer zonas francas. He buscado que su mayor fortaleza sea la educación y la libertad”, para referirse a los hijos de unos de sus nuevos mejores amigos, el expresidente Uribe. Hoy, la realidad le estaría dando una lección al presidente.

@caobregon

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