Aplicando la fórmula facilista de que el mejor humor es el chabacano, desde hace algún tiempo los canales privados de televisión decidieron apostarle a la burla y a la sátira sobre el comportamiento de los costeños como la garantía para tener sintonía y engrosar sus abultadas arcas.
Es por esa razón que ya hace algunas décadas los hombres y mujeres del Caribe no vemos series, novelas o programas que respeten y dignifiquen nuestros valores sociales, culturales o artísticos. Todo –absolutamente todo– es ordinario, ridículo y estrambótico. ¿Somos así los costeños?
Obviamente que los hombres y mujeres del Caribe colombiano somos mucho más que estruendo, chismes, gritos, bulla y ron. Quienes optaron por el estólido recurso de caricaturizarnos no nos conocen, ni siquiera aquellos que tuvieron el honor de nacer en estas tierras y hoy, desde Bogotá, se sienten autorizados para escribir guiones para televisión que supuestamente reflejan nuestra idiosincrasia. Y ello es así porque ser costeño es un sentimiento que va más allá del hecho accidental de haber sido procreados y paridos en estos terrenos prodigiosos.
“Yo no soy costeño, pero tengo amigos costeños y algunos de los que trabajan conmigo sí lo son”, declaró uno de los libretistas de Casa de reinas, una de las series de RCN Televisión, para pretender justificar la manera grotesca y grosera como nos representa todos los días en horario estelar. En Caracol, mientras tanto, a Rafael Orozco lo pusieron a vivir en Bogotá, le inventaron amigos marimberos y rompieron la secuencia lógica de sus canciones.
Para el libretista de RCN, al que tengo el inmenso honor de no conocer, ser costeño es ser ordinario, flojo y grosero, si se trata de los hombres; y chismosas, gritonas y manipuladoras, si se alude a las mujeres. Con ese prejuicioso concepto, el libretista de marras remeda al costeño o costeña que él tiene en la cabeza, de tal manera que nada ni nadie le va a hacer cambiar de opinión. Por ese fatuo razonamiento, todos aquellos valores que nos enaltecen como Región, como la solidaridad y la generosidad con quienes no son oriundos del Caribe, entre decenas de nuestras cualidades, no le sirven y por ello las ignora. No estoy aquí para exaltar a los costeños, sino para denigrar de ellos, pensará en su ignorancia.
El problema es que ese pensamiento hizo carrera, por aquello de que la televisión ‘educa’, que es algo que tampoco han querido entender los dueños de los canales privados de televisión, dedicados como están a contar plata a rodos. De manera que ¿cómo somos los costeños? Como nos muestran hoy los canales de televisión, que por enésima vez se ocupan de nosotros para ofendernos. ¿Se trata de una política diseñada y ejecutada por los propietarios y directivos de esos medios de comunicación? ¿Es así como ellos quieren que nos representen?
Es bueno que lo digan de una buena vez para saber a qué atenernos y, en consecuencia, cómo tenemos que actuar, no como invitados a sus programas, como si fuéramos parte de la decoración, sino como orgullosos miembros de un conglomerado social que viene luchando desde hace muchos años por ser valorado por el resto del país, especialmente por Bogotá, que es donde se define nuestra suerte.
De manera que como los costeños terminamos siendo como nos muestran hoy las series de televisión, no debe sorprendernos la indolencia y hasta el desprecio con que nos tratan. Solo existimos cuando somos objeto de un zarpazo limítrofe, como el que nos acaba de propinar el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que de un día para otro nos arrebató 75.000 kilómetros de mar territorial y se los dio a Nicaragua. Ahí sí somos colombianos. Ahí sí somos motivo de orgullo nacional.
Mientras tanto, seguimos siendo objeto de la sátira y la exageración para que los del interior se burlen a costillas nuestras, pues, por lo visto hasta ahora, hay muchos que aún creen, como cierto expresidente de la República, que Colombia debería terminarse en la Sabana de Bogotá y que el remanente del territorio nacional bien puede regalarse.
Por Óscar Montes
[email protected]