¿Quién lleva los pantalones en el acuerdo nuclear de Viena?

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Por: María Alejandra Ruiz Rodríguez

Muchos han terminado siendo villanos en historias mal contadas, porque, se supone que el resultado de la historia depende de quién la cuente; sin embargo, existe cierto carácter objetivo en la historia, especialmente, cuando se está hablando de los hechos. Los hechos que se cuentan en la historia de esta columna dicen que en el año 2003 se encontraron pruebas de que Irán estaba desarrollando un programa nuclear secreto, algo que, sin duda, puso en alerta al Sistema Internacional, principalmente a quienes tenían intereses antagonistas con este; y a pesar de su insistente aclamación de que era un proyecto con fines pacíficos para desarrollar energía nuclear, su baja popularidad –lo cual se mantiene como constante al día de hoy– no permitió que su narrativa se posicionara dentro de la historia.

A finales de julio del 2015, en un intento por revivir la teoría idealista de las relaciones internacionales, se logró llegar a un acuerdo, pues los Estados Unidos habían creado un ambiente de sanciones generalizadas que llevó a Irán al paredón, obligándolo a sentarse a negociar.

El acuerdo consistía en permitir que Irán desarrollara su programa de una forma limitada para no poner en riesgo al resto del mundo; si este cumplía su parte, los otros firmantes se comprometían a retirar las sanciones económicas que habían sido impuestas a este primero. No obstante, Irán debía permitir el ingreso de inspectores internacionales que pudieran corroborar que realmente las cantidades de uranio que se estaban enriqueciendo, no fueran grandes ni riesgosas. Por supuesto, sus firmantes: los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia y China, de forma muy ingenua, unos mucho más que otros, quisieron reivindicar a Irán dentro de la comunidad internacional, ya que, supuestamente, compartía valores con el resto del sistema.

Pues bien, al día de hoy Irán no ha podido explicar los trazos de material nuclear en lugares no declarados hallados por esos mismos inspectores internacionales que se comprometieron a verificar el cumplimiento del acuerdo por parte de Irán, y en este punto no se sabe dónde está el material nuclear ni los equipos utilizados en el mismo; por esta razón el acuerdo se rompe en el año 2018. Un acuerdo diplomático, básicamente, es una forma de medir fuerzas sobre la mesa, es decir, quién tiene mayor capacidad de influencia sobre el otro; a esto se le llama poder. Es apenas lógico que todos quieren ser el que tiene más poder, porque el que tiene el poder hace lo que quiere, y el que no, lo que le toca.

Irán siempre se ha caracterizado por ser un maestro en términos de narrativas, y en este marco ha accedido a reanudar las conversaciones que se han estado llevando a cabo desde el 14 de noviembre del 2021 en Viena (Austria). Lo curioso es que, ante los medios, Irán quiere mantener una imagen pasivo-agresiva, pues pretende hacer creer al mundo que es una decisión por voluntad y no porque sea la única opción que tiene. Mostrarse a favor de la paz, o en pro de una seguridad colectiva, tiene ciertos puntos positivos en la popularidad que se tiene en la comunidad internacional, lo cual, curiosamente, no logra mover la balanza a favor de Irán: la actitud beligerante y hostil que pudo tener, o tiene, pesa más que sus “buenas intenciones”.

Pero lo más relevante es que a pesar de mostrarse ante los medios como pacifista, también insiste en proyectar que es el que lleva las riendas de este nuevo acuerdo que se está planteando; constantemente, exhibe ante los medios tener una postura firme en cuanto a cómo va a quedar el acuerdo final, al punto de insinuar que su contraparte, evidentemente representada por los Estados Unidos, está desesperada por llegar a un acuerdo, sin importar el costo al decir que es de él que depende que se llegue a un concierto duradero. Para los que saben leer entre líneas, saben que esto significaría que –aparentemente– quien pone las condiciones es Irán directamente; asimismo se contradicen al momento en el que salen a decir que el acuerdo está en peligro debido a que las peticiones de los Estados Unidos son excesivas, lo que también muestra que no desaprovechan la oportunidad para hacer ver a estos como los que están en contra de la oportunidad de seguridad colectiva que Irán le ofrece al mundo.

Otro hecho es que en estas nuevas conversaciones no se ha avanzado mucho, o más bien, no se ha podido, lo que lleva a preguntarse ¿Qué le beneficia más a Irán? ¿Hacer el amague de tener voluntad de concretar un acuerdo? O ¿Realmente concretar el acuerdo? No sería la primera vez que se usa un convenio que promete seguridad colectiva para oxigenar y continuar con la normalidad; y como a partir de los hechos se pueden predecir los finales, el único consejo que se le puede dar a Irán es que: no siempre cuando se repiten mil veces las mismas narrativas, ellas se convertirán en verdad.

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