De la desmemoria y de los sueños

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Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 03 de octubre,2021_ RAM_ No me las voy a tirar de historiador ni de politólogo. Pero no puedo dejar de recordar, así sea solo para mí, algunos hechos que, si estuviéramos en una sociedad diferente a la nuestra, tendrían todas las características de ser considerados históricos y merecerían mantenerse vivos, presentes, objeto permanente de análisis y reflexión por parte de los mandatarios, los políticos y los académicos. Y de las fuerzas armadas, de los actores y partícipes en los acontecimientos de guerra, subversivos, paramilitares, auxiliadores y cómplices, ideólogos de los conflictos armados y de los operarios de la peste del belicismo o de los relojeros de la paz.

Hace cinco años, se suscribió el Acuerdo de Paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Estado colombiano, en cabeza de su presidente de ese entonces Juan Manuel Santos. Lo precedió, a las cero horas del 29 de agosto del 2016, el cese del fuego definitivo entre la guerrilla de las Farc y la institucionalidad. 52 años de enfrentamiento, más de doscientos mil muertos y unos siete millones de desplazados fue el balance aproximado del sangriento episodio. Una vez que se silenciaron los fusiles y los estruendos fatídicos del enfrentamiento armado, se procedió a la suscripción inicial de lo que bautizaron como Acuerdo de Paz, en Cartagena, el 26 de septiembre del 2016. Los ilusos, que siempre ha habido, creyeron y creen que, con dos firmas, la de Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, la utopía de la paz, ya, como en un fiat celestial, es un milagro y el colombiano ha dejado de ser de ser un lobo para el colombiano. Los sueños, sueños son, ratificó el poeta en una línea.

El cese al fuego y el papel suscrito, fue la concreción de la terminación del conflicto armado, la cuota inicial de la paz, esquiva y exigente. Que no puede enarbolarse como distopía. Llegará el día, y ojalá no esté lejano, que la guerra sea reducida a sus justas proporciones. Y mediante el diálogo. Yo no creo en la paz de los sepulcros, hasta el tope de muertos inútiles. Los sacrificios de La Vida, a nombre de valores etéreos, de ideologías, religiones y mafias, es fehaciente testimonio para afirmar que de civilizados no tenemos un pelo. Pero dejemos el discurso.

Ese Acuerdo de Cartagena fue sometido a la aprobación o negación por parte de los sufragantes, que, por mayoría, negaron sus disposiciones, a través del plebiscito del 2 de octubre de 2016. Sin embargo, vinieron diálogos y debates con el desarrollo y los resultados conocidos y en el Teatro Colón de Bogotá, el 24 de noviembre del 2016, ya sin guayabera y encorbatados, Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, Timochenko, suscribieron y rubricaron 300 páginas que contienen el Acuerdo final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, Construcción que no se puede abandonar, que no es posible que se convierta en un adobo insulso de campañas políticas o de estrellatos efímeros y vanidosos, sino más bien en una enseña y en una bandera que no se pueda arriar. El empecinamiento en obtener la terminación de los conflictos armados que nos afligen, es el verdadero propósito nacional. Lo demás, son pamplinas, bagatelas.

Por favor señores de la política, del Estado y del gobierno: no se hagan los de la oreja mocha con el tema de la solución de los conflictos y con el robustecimiento de las fórmulas y soluciones para mantener los logros obtenidos con los acuerdos, máxime como en el caso de los logrados con las Farc, que son mandatos constitucionales, legales y compromisos del Estado, no de los gobiernos. Reúnanse los negociadores, los garantes, los asesores internacionales y díganles a los colombianos en que andamos, que hay que hacer para modificarlos, si es del caso, pero siempre manteniendo el principio jurídico de que en Derecho las cosas se deshacen tal como se hacen. Y recabar en lo pérfido que es no cumplir lo pactado. Sin desplantes ni sin afirmaciones babosas, (ver declaraciones de la viuda de Tirofijo, la senadora Sandra Ramírez Lobo, sobre cambuches y camastros de sus secuestrados). Y sin eso de las trizas y otros vainazos, que, a estas alturas, es desechar la lección de que la historia es para adelante y que mantener presente el pasado es obcecación dañosa y enfermiza.

He revisado periódicos y revistas de la semana que acaba. Y la indiferencia informativa y de los columnistas sobre el quinquenio de los acontecimientos que no se me han borrado de mi frágil memoria, ha sido ostensible. Y esto me indigna. Las víctimas, que somos todos, no nos debemos casar con el olvido. Sería afrentoso e imperdonable.

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