Invitación al insulto

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Por Augusto León Restrepo

Bogotá, 06 de marzo _ RAM_ Parece que los colombianos que usan, usamos, las redes sociales, desayunaran con vitriolo. El vitriolo, que es el mismo ácido sulfúrico, es un corrosivo como el que más. Yo me familiaricé con la palabrita vitriolo, porque en mi hogar, cuando mi padre Agustín amanecía con el mico al hombro, mi madre le reclamaba y le decía que parece que hubiera desayunado con vitriolo.

Ya es manido afirmar que las redes sociales, emanan olores fétidos. Que allí depositan sus heces mentales incontables navegantes que a través de la palabra quisieran acabar con el prójimo, al que le cogieron ojeriza, gratuita o motivada, en especial a los políticos y figuras públicas que dan papaya con sus conductas desaforadas o que sermonean sobre ética y moralidad, cuando no es sino levantar un poco las enjalmas, para que aparezcan las peladuras, las escoriaciones y las sustancias purulentas.

Esas descargas de epítetos y adjetivos descalificatorios impresionan por su crudeza y agresividad. Algunos sociólogos y sicólogos de masas, no les dan mayor importancia, porque dicen que es un desfogue necesario para equilibrar el espíritu y echar afuera los demonios que todos llevamos dentro, unos más que otros. Que quienes insultan, no pasan a las vías de hecho, mientras que quienes se reprimen y se muestran taimados y con cara de ponqué, pueden desfogarse con agresiones físicas, lesivas o letales. También hay quienes sostienen que lo que sale de la boca es el lenguaje del corazón y que del insulto a la acción solo hay un paso.

Por ahí, en alguna lectura de esas de pandemia, encontré que cuando el hombre pasó del garrote al pedrusco y de éste al vocablo insultante, fue que nació la civilización, la política en el mejor de los sentidos, que es el ejercicio dialéctico, verbal, razonador que, como supuesto, debe reemplazar a la guerra fratricida, a la que acaba con la vida del otro, porque piense distinto, porque no crea en lo que uno cree, porque defiende intereses en contraposición a los nuestros, porque se rebela contra lo establecido, por mil causas más, o por que sí.

Yo reivindico el insulto, la diatriba feroz, el enfrentamiento acérrimo y hasta el odio enfermizo, mientras quede en la simple palabra. En algunas regiones del país, incluso en algunos pueblos comarcanos, los pasquines, los decretos carnavaleros, la maledicencia pasa de boca en boca, pero no hay muertos, ni tragedias que enluten los hogares ni el entorno social. Digámonos hasta botija verde, pero no nos matemos. Insultémonos, pero digámosles adiós a las armas.

Sí. Expulsemos todo el vitriolo que llevamos dentro. Pero detengamos la mano homicida y desactivemos el dedo que aprieta los gatillos.

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