Por: Diego Aristizábal –
Esta semana, al terminar los días apacibles que vivía Bogotá, y al ver que las calles han vuelto a ser el hervidero de pitos y personas desesperadas ante las filas eternas de carros que transitan cada día más despacio hasta hacer imaginar que algún día los vehículos se quedarán estancados en una congestión eterna y las personas morirán de tanto inhalar ese humo negro y asqueroso, he decido querer a Bogotá.
Sonará extraña tal declaración pero es sincera. Después de un par de años de pelear contigo, ciudad condenada, este año me declaro en tregua, levanto mi pañuelo blanco. Dejaré de odiarte así estés en una obra negra que da la impresión de ser infinita; así te empeñes en hacerme a diario la vida más compleja con gestos tan simples como no poder estar completamente tranquilo en tus calles.
Ya no voy a pelear más contigo, ni con los policías de tránsito que cada que te detienen quieren sacar ventaja, quieren ganarse un comparendo poniendo a prueba la honradez; ni con los escoltas de los funcionarios que siempre abusan de su poder blindado y no respetan los semáforos ni el ritmo de esta ciudad que todos padecemos; ni con los propietarios de los parqueaderos que son unos ladrones; ni con los peligrosos huecos de tus calles que a diario te hacen preguntar dónde diablos están los buenos ingenieros que se gradúan de las universidades; ni con las tapas de las alcantarillas que te roban y que el Distrito tarda meses en buscar una solución mientras a diario se dañan los rines de los carros y explotan las llantas y los motociclistas ponen en riesgo su pellejo.
Ciudad mal querida, ciudad horrible no sin antes haber sido bella, ciudad de nubes grises que cruzan imponentes los cerros orientales, Bogotá enorme cuyo esplendor pareciera que se lo comió el moho, este año he decidido quererte como si fueras mi ciudad del alma.
Te voy a cuidar como si hubiera nacido aquí mismo, en las calles de La Candelaria, donde hay tantas placas de nombres olvidados, donde las calles hacen que la historia de Colombia viva, así a nadie le importe.
Te voy a querer por una razón muy sencilla, porque tú no tienes la culpa de que te tengan como te tienen. Tú eres noble, tan noble que te sigues expandiendo para que todos quepamos, así no quepamos, sigues admitiendo gente de todos los rincones del país como si en cada uno de estos «extranjeros nacionales» guardaras la esperanza de una mejor vida, pero nada de eso pasa, al contrario, te maltratan, te roban, te desprecian como si tú no tuvieras sentimientos.
Bogotá, tú eres una ciudad buena, tan buena que no te cansas de darle oportunidades a todo el mundo, eres la muestra del perdón y el olvido, mira no más al nuevo Alcalde, que a pesar de su pasado, ahora permites que te gobierne.
¿Si eso no es creer en las personas, entonces qué es?; tal vez por eso, ahora querida Bogotá, y por el bien de todos los que te habitamos, así sea por un ratico, yo espero que no sufras una decepción más, yo espero, de corazón, que algo bueno esté a punto de pasarte.