En el momento de escribir esta columna, ni el Eln, ni el ‘clan del Golfo’, ni el MRP, ni las autodefensas gaitanistas, ni las disidencias de las Farc ni banda alguna de los neoextraditables –hoy particularmente nerviosos tras el endurecimiento de Estados Unidos en materia de narcotráfico en la era Trump– se han atribuido la autoría del atentado. En sus declaraciones del domingo al mediodía, el presidente Santos mencionó que se manejan tres hipótesis distintas sobre la autoría criminal, al tiempo que advertía que no las mencionaría para no obstaculizar ni afectar la investigación.
Por eso resulta tan delirante y doloroso lo que empezó a ocurrir tras el estallido en las redes sociales y se trasladó luego a otros escenarios: una proliferación de mensajes brutales de algunos santistas contra Uribe, de algunos opositores contra Santos, de algunos petristas contra Peñalosa, de algunos peñalosistas contra Petro, todos contra todos, algunos de la izquierda contra la derecha, algunos de la derecha contra la izquierda, en fin.
“Por sus trinos los conoceréis” dijo bien Carlos Duque, y agregó: “Explota un petardo mortal en un baño y se revientan las cañerías en las redes”. Cada uno es libre de pensar lo que quiera y de decir lo que quiera. Lo que sorprende es que parte de lo que pretenden los terroristas es precisamente eso. Sembrar el caos y la confusión. Que no solo exploten los baños, sino la sociedad. Que la perplejidad se traduzca en amedrentamiento, pánico y, por ende, miedo y debilidad.
Los únicos ganadores de esa guerra de memes crueles, de fotos improcedentes, de acusaciones irresponsables, de trinos envenenados, de insultos ponzoñosos y de todas las manifestaciones posteriores, incluso fuera de las redes sociales, son los mismos terroristas, que logran evitar un consenso integral, contundente y definitivo contra sus métodos en todos los estamentos de la sociedad, de manera que en vez de estar todos unidos rechazando el terrorismo, estén convirtiendo en cuadrilátero de mezquindades las muertes dolorosas de Ana María Gutiérrez, Leidy Paola Jaimes y la francesa Julie Huynh, quien prestaba un generoso servicio social en nuestro país.
Si la sociedad no está monolíticamente unida para rechazar, enfrentar, combatir, prevenir y derrotar el terrorismo, este, venga de donde venga, se abre camino. Nada lo justifica. Nada lo atenúa. Nada lo hace tolerable. No importa quién ponga la bomba para que se deba proceder a rechazarlo con firmeza desde todas las toldas y a exigir su identificación y captura inmediatas.
No hay terroristas buenos. No hay terrorismo altruista. No hay terrorismo justificable. Y mucho menos cuando actúan con la cobardía, premeditación y precisión que quedaron en evidencia luego de dejar el artefacto explosivo en un baño de mujeres, usualmente, además, frecuentado por pequeños niños con sus mamás e incluso por bebés a los que sus madres amorosas cambian el pañal.
JUAN LOZANO