Los ministros de Santos le están sirviendo más al no que a la causa de su jefe.
POR JUAN LOZANO
No calcularon que los ministros en campaña restan más votos de los que suman para el plebiscito. Resulta inevitable que cuando los colombianos vean un ministro en campaña, paloma en solapa, se pregunten por los logros o fracasos de su gestión y le trasladen al plebiscito la carga de desafectos derivada de su evaluación.
Irremediablemente, más allá de las virtudes y talentos personales que cada uno pueda tener, los ministros terminan personificando el compendio de sus fracasos en asuntos que son muy sensibles para la vida, el bienestar y el bolsillo de la gente.
Entre muchos que se me ocurren, basten tres ejemplos. ¿Quién le quita la cara de más impuestos, la sonrisa de IVA, la voz de inflación y la mirada de déficit fiscal a Mauricio Cárdenas? No importa cuánto más demoren la presentación de la reforma tributaria y el aumento del IVA, la gente ya sabe lo que le viene pierna arriba, y la sola presencia del Minhacienda en cualquier acto, de esos mal llamados pedagógicos, activa ese recuerdo y se asocia con la triste paloma, que ninguna culpa tiene de los infortunios que les han causado a los colombianos.
¿Quién puede mitigar en la Costa la voz tan Electricaribe del Ministro de Minas y Energía? ¿Quién puede lograr que la gente no se fije en el paso a ritmo de paro camionero o de disputa taxistas-Uber del Ministro de Transporte? Si el gabinete fuera percibido como una constelación de estrellas, otro gallo cantaría. Pero no es así. Sus evaluaciones son muy precarias ante la opinión pública, tal como lo han mostrado sistemáticamente todas las encuestas. Resumen: con escasas excepciones, lejos de sumar adeptos para el sí, los ministros se los espantan.
Lo que el Gobierno hizo aprobar para procurarse una herramienta adicional a su favor, dentro de ese conjunto desequilibrado e inequitativo que diseñaron para el plebiscito, terminó por volverse un bumerán. Que les salió el tiro por la culata, dirían los abuelos, o que fueron por lana y salieron trasquilados.
Al meter a los ministros en este insólito activismo, fue el propio Gobierno el que impulsó la mutación de plebiscito a plebisantos. En efecto, fue el propio Gobierno el que indujo a los colombianos a evaluar los acuerdos de paz en función de las ejecutorias de la era Santos. A la paloma, en la Casa de Nariño le pusieron equipaje que pronto devino en lastre. No la dejaron volar sola. La pusieron a cargar el pesado fardo de la defensa del Gobierno en todos los campos.
Así, se entiende que les esté resultando tan difícil decir que una cosa es el plebiscito y otra distinta, el Gobierno o el mismo Presidente, cuando fue el propio jefe de Estado el que puso a bailar a sus subalternos en esta tarima. Y algo aún más delicado les ocurre con la clase política, pues una reacción análoga a la que despiertan los ministros la están provocando los congresistas, con el agravante de que además ya están tramitando su consabida dosis de ‘mermelada’, aun a sabiendas de que las vacas están demasiado flacas y la olla, muy raspada. Sin plata para moverlos, dirán ellos, esos voticos no salen.
Todo lo anterior agrava el escenario del plebiscito, pues cada vez se parece más a una elección tradicional de clientelas y maquinarias tras la cual, independientemente de quién gane, el grueso de la ciudadanía sigue descreyendo o sigue escéptica. Por este camino, un mecanismo de refrendación que buscaba unir a los colombianos los puede dividir más y puede hacer más hondas muchas heridas si no se restablecen unas reglas que siembren la legitimidad que amerita este proceso, tan importante para la vida nacional.
Aquí no les sirve al futuro de Colombia ni a la sostenibilidad de la paz ganar a cualquier precio. En fin. Paradoja de paradojas. ¡Quién se iba a imaginar que el gabinete de Santos le iba a colaborar tanto a Uribe en promover la campaña del No! Las vueltas que da la vida.