Por Oscar Montes.
El relato del testigo José Wilmar Ayola sobre la forma como habría sido atacado y asesinado el joven estudiante de la Universidad de los Andes Luis Andrés Colmenares muestra no solo la sevicia con que actuaron sus agresores, sino que evidencia el pacto de silencio que conformaron para buscar que el crimen quedara impune, hecho al que me referí en una columna reciente. (Ver “Elemental, mi querido Watson”).
Dice Ayola en su escalofriante relato que durante la discusión entre Luis Andrés y sus cuatro agresores –tres hombres y una mujer–, el joven guajiro trata de escapar, pero por su estado de embriaguez tropieza y cae, pocos metros después de intentar huir para evitar la agresión. “Arrodillado trata de llamar por celular, pero la mujer se le acerca, le quita el celular y le da una cachetada”, narró el testigo.
Luego, uno de los tres hombres, al que llamaban Carlitos, sale de una camioneta oscura y le propina un botellazo en la cabeza a Luis Andrés, quien se desploma por el impacto. Posteriormente lo suben a la camioneta y huyen de la escena de la golpiza.
Luego regresan y se percatan de que hay dos hombres que presenciaron los hechos. Se les acercan y a uno de ellos le entregan una importante suma de dinero, que podría ascender a un millón de pesos, según contó el propio Ayola, aunque dice que Cristian, o El Tizón, (el otro testigo) solo le entregó doscientos mil pesos a él. Antes de emprender la fuga con Luis Andrés casi inconsciente dentro del vehículo, los agresores les dicen a los testigos que el dinero era para que no contaran nada, puesto que se trataba de una pelea entre amigos.“Cristian está desaparecido y yo estoy amenazado”, dijo Ayola.
A propósito de la posibilidad de que Luis Andrés haya sido arrojado al vehículo prácticamente moribundo, hay una declaración de Jaime Lombana, abogado de la familia Colmenares, a EL HERALDO, según la cual el cuerpo del joven tenía señales de haber sido golpeado en varias partes, así como moretones que indicarían su desesperación por tratar de abrir la puerta del vehículo en el que era trasladado.
El desgarrador testimonio de Ayola rompió el pacto de silencio que tramaron quienes conocieron de primera mano todos los momentos previos a la muerte de Luis Andrés Colmenares, ya sea porque participaron, como sería el caso de Cárdenas y hasta de la propia Laura Moreno, o porque supieron la versión real de labios de los protagonistas, como sería el caso de Jessy Quintero, amiga de Laura y de Cárdenas.
El testimonio de Ayola rompió al círculo perverso de impunidad que los asesinos habían construido con frialdad y cinismo. Gracias a su relato comienza a desenredarse el ovillo de la muerte del joven guajiro y su familia empieza a ver la luz al final del túnel que han tenido que atravesar para conocer las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que murió Luis Andrés aquel aciago 31 de octubre de 2010.
Aún quedan muchas preguntas por resolver, pero todo parece indicar que las indagaciones comienzan a orientarse por el camino correcto y que el fiscal Antonio Luis González, a quienes los implicados han querido sacar del proceso desde el comienzo del mismo, tenía la razón y que nunca se trató de un suicidio o de un accidente, como pretendió demostrar, absurdamente, la defensa de Laura Moreno.
Es bueno saber, por ejemplo, ¿dónde están los tres hombres que participaron de la golpiza a Luis Andrés? ¿Cuáles fueron los verdaderos móviles del crimen? ¿Celos? ¿Quiénes más participaron del pacto de silencio? ¿Por qué Medicina Legal rindió un informe tan absurdo que daba crédito a la hipótesis del suicidio de Luis Andrés? ¿Por qué la Alcaldía Menor de Chapinero sacó un comunicado de prensa en ese mismo sentido? ¿Cuál fue el papel del fiscal Pabón y de Aidée Acevedo, abogada de María del Pilar Gómez, madre de Carlos Cárdenas?
Pero a pesar de todos esos interrogantes sin respuesta, que deberían aclararse durante el juicio, la captura de Carlos Cárdenas indica que las fichas del rompecabezas empiezan a encajar. Ojalá así sea.
Por Óscar Montes
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