Por Oscar Montes
Comienza este lunes la serie de televisión que narra la vida y obra de Pablo Escobar Gaviria, el peor de los criminales nacidos en este país del Sagrado Corazón. Como periodista de El Tiempo en Medellín me tocó padecer a finales de los 80 la arremetida terrorista que él y sus secuaces le declararon a una ciudad que por momentos llegó a considerarlo el Robin Hood paisa, como lo llamó Semana en el primer artículo que se escribió sobre quien llegaría a ser el capo de capos del narcotráfico en el mundo. Preso de la ira y completamente desquiciado, Escobar arremetió contra sus paisanos a punta de carros-bomba, mientras soñaba con someter a todo un país a su voluntad de bandido.
Escobar fue un genio del mal. Su mente no sólo concibió nuevas rutas para traficar la cocaína que se producía en las selvas del país y con la que inundó las calles de Estados Unidos y Europa, sino que también orquestó los planes más macabros que Colombia haya conocido, como el de ponerle precio a cada policía en Medellín, empezando por el general Valdemar Franklin Quintero, Comandante de la División Antioquia, y siguiendo con más de 500 que cayeron bajo las balas disparadas por alias ‘Pinina’ y demás sicarios al servicio del malhechor.
Por órdenes suyas fueron asesinados en Colombia cientos de policías honrados y honestos que lo enfrentaron, al igual que militares, candidatos presidenciales, jueces, periodistas, magistrados, etc., etc., quienes prefirieron inmolarse antes que ceder a sus caprichos de psicópata. La lista es interminable. Ahí están Don Guillermo Cano, director de El Espectador; Luis Carlos Galán, candidato presidencial; Rodrigo Lara, ministro de Justicia, entre otros. A todos ellos los mató Escobar y fue él quien enlutó a sus familias y marcó para siempre sus destinos.
Con Escobar el narcotráfico trastocó radicalmente la suerte del país, pues invirtió la escala de valores y transmutó en virtudes lo que antes eran defectos, como la deslealtad, la codicia y la ambición. Escobar fue la mano que meció la cuna de donde salió esa prole de criminales que convirtieron a Colombia en un país inviable donde todo tiene un precio, desde el policía de la esquina hasta la propia Presidencia de la República. Después de Escobar, Colombia no volvió a ser la misma.
Ahora Caracol Televisión anuncia con bombos y platillos la emisión de la serie “Escobar, el patrón del mal”, escrita por Juana Uribe y Camilo Cano, hijos de víctimas del jefe del cartel de Medellín y quienes han dicho que contarán detalles inéditos de la tragedia que vivieron sus familias por cuenta de los actos terroristas del narcotraficante. Escobar secuestró a Maruja Pachón, madre de Juana, y mató a Guillermo Cano, padre de Camilo, y le puso un carro-bomba al periódico de su familia. Son, pues, voces calificadas para narrar desde adentro la tragedia que les tocó vivir.
¿Merece Escobar que uno de los canales más importantes de televisión se ocupe de narrar su nefasta vida y obra, así sea desde la óptica de sus víctimas? ¿Qué sentido tiene remover las heridas de cientos de familias que aún tienen vivo el recuerdo de sus seres queridos y que prefieren pasar para siempre esa página de dolor y lágrimas? ¿No merecen ellas todo el respeto y consideración como para que ahora les transmitan en horario prime time todos y cada uno de los actos del patrón del mal? ¿Es esa la función cultural, formativa y educativa de la televisión?
Los medios de comunicación construyen paradigmas sociales. De hecho, en Medellín los jóvenes sicarios guardan en sus billeteras los recortes de periódicos donde aparece el registro del asesinato de uno de sus compañeros. Un recorte de prensa es algo así como la constancia escrita que da fe de que el sicario murió en su ley y que fue tan importante que hasta la prensa se ocupa de su suerte.
Pues bien, el mensaje que manda Caracol es que el peor de los matones del país ha sido tan importante que hasta merece una serie de televisión, donde se mostrará, sin duda, su lado humano, que incluye, por supuesto, al hijo amoroso, al padre abnegado y al esposo enamorado y tierno.
¿La vida de cientos de colombianos que murieron bajo los carros-bombas que explotaron por órdenes del capo no merece también una serie en horario de gran audiencia? No sólo creo que se la merece, sino que también pienso que hacerle una serie a Pablo Escobar es una afrenta a un país que padeció como ningún otro su desprecio por la vida y su odio visceral a quienes se atrevieron a combatirlo. Quien inundó de sangre al país no merece tanto. Suficiente dolor produjo a Colombia como para que ahora vengan a echarle sal a las heridas. Escobar lo único que merece es el olvido.