Análisis Ley del Montes: ¿Fumarán Santos y Uribe la pipa de la paz?

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ÓSCAR MONTES @LEYDELMONTES

La invitación del jefe de Estado al expresidente para hablar de paz desató todo tipo de reacciones, pero no tiene presentación que el Gobierno negocie con las Farc en La Habana y no dialogue con su contradictor en el país.
Un trino del presidente Juan Manuel Santos en el que invitaba al expresidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez a sentarse a hablar del proceso de paz con las Farc, “con sentido patriótico”, alborotó el avispero nacional y generó todo tipo de reacciones, tanto de los amigos del Gobierno como de quienes se oponen a los diálogos con las Farc en La Habana.

¡Quién dijo miedo! Desde las huestes oficialistas se escucharon voces que consideran que invitar a Uribe a conversar de paz es un despropósito, y desde las trincheras del uribismo sus más recalcitrantes voceros se hicieron sentir con sus gritos destemplados contra Santos “el traidor”. Hasta alias Timochenko, máximo jefe de las Farc, se pronunció sobre la iniciativa y en una declaración que llamó la atención por el tono grosero e irrespetuoso con el que le habló al presidente de la República, le recomendó “aislar” al expresidente y actual senador Álvaro Uribe.

Una vez más la intolerancia que se está apoderando de los colombianos cuando se trata de hablar de paz, terminó por sepultar los argumentos de quienes consideran que un diálogo entre Santos y Uribe no solo es útil, sino necesario y urgente.

Eduardo Posada Carbó –una de las voces que llama a la mesura y al entendimiento– escribió en su columna de El Tiempo que “hay razones de sobra en favor del diálogo entre los dos estadistas”. En ese mismo sentido se pronunciaron otros analistas, que también hicieron un llamado al diálogo entre quienes fueron en el pasado dos buenos aliados políticos y hoy son los “nuevos peores enemigos”.

Que Santos y Uribe se sienten a hablar de paz –si el encuentro se produce– no debe sorprender a nadie. Lo que causa sorpresa es que no lo hayan hecho antes, pues no tiene ninguna presentación que el Gobierno negocie con las Farc en La Habana y no dialogue con su más grande contradictor político en Colombia.

El diálogo civilizado y constructivo entre el Gobierno y la oposición es fundamental para el fortalecimiento de la democracia, mucho más si se trata de una tan precaria como la colombiana, permeada por todo tipo de prácticas nefandas y perversas, entre ellas el tráfico y la compra de votos y la incidencia de los grupos armados ilegales –las Farc incluidas– en todas las elecciones que se llevan a cabo en el país.
“Uribe tuvo su tiempo para hacer la guerra y ahora nosotros tenemos el tiempo para hacer la paz”, me respondió un senador de la Unidad Nacional cuando le pregunté su posición sobre un posible encuentro entre el presidente de la República y su principal contradictor político.

Curiosamente, esa postura excluyente y mezquina ha calado en varios de los movimientos y partidos políticos que respaldan al Gobierno, cuyos voceros consideran que lo que se negocia en La Habana es “su paz” y no la de todos los colombianos. Igual sucede en la otra orilla, donde los amigos de Uribe consideran que el fracaso de “la paz de Santos” es un triunfo para el expresidente y no una derrota para millones de colombianos que sueñan con vivir en un país en paz. ¿Qué futuro tiene un encuentro entre Santos y Uribe? ¿Puede haber paz sin el uribismo? ¿A qué juegan las Farc? ¿Unanimismo o garantías a la oposición?

Alias Pastor Alape, junto a los miembros de la comisión de paz de las Farc, ante los medios de comunicación, en el Palacio de Convenciones de La Habana.

El costo político de negociar con las Farc

Gracias a sus actos de terror contra la población civil, sus ataques a la infraestructura nacional, el secuestro de miles de colombianos, el reclutamiento de menores, la siembra de minas antipersonales y su condición de organización narcotraficante, las Farc se han ganado el desprecio de la inmensa mayoría de los colombianos. Ese grupo guerrillero hoy cosecha lo que ayer sembró. Esa es la razón por la cual todo Gobierno que decide negociar con ellas su desmovilización y reinserción a la vida civil termina pagando un alto costo político y sufriendo las consecuencias de su osadía. Le pasó a Belisario Betancur y también a Andrés Pastrana. El primero terminó caricaturizado con palomitas blancas y el segundo “caguanizado” por haberse atrevido a dialogar con ese grupo guerrillero. Santos puede correr la misma suerte de Betancur y Pastrana y su figura podría pasar a la historia no como la del presidente de la paz, sino como la del presidente que el apostó a la paz y fracasó.

¿Una paz sin Uribe?

El exministro conservador Álvaro Leyva Durán, quizás el colombiano que mejor conoce el comportamiento de las Farc y el pensamiento de sus máximos jefes, sostiene que Santos se equivoca al pretender hacer la paz con ese grupo guerrillero, pero sin tener en cuenta al expresidente Álvaro Uribe. “No se puede hacer la paz sin la otra mitad de los colombianos”, afirma el dirigente político. Y tiene razón. Es un error por parte de Santos pretender ser incluyente con las Farc y excluyente con Uribe. Esa paz dejaría muchas heridas y mucho resentimiento, que en muy corto tiempo devolvería al país a otra nueva era de odios y violencia política. Gústeles o no a los ahora santistas y antes uribistas, Álvaro Uribe Vélez es el principal jefe opositor del Gobierno y la paz con las Farc no se puede hacer a sus espaldas. Punto. Por esa razón es necesario, útil y urgente un encuentro entre Santos y Uribe para que hablen de la negociación de La Habana. No es a punta de Twitter como Santos y Uribe van a ponerse de acuerdo sobre la negociación con las Farc.

Las Farc, las grandes ganadoras

La declaración altisonante y grosera de alias Timochenko en la que le pide al presidente Santos “aislar” del proceso de paz a Álvaro Uribe, muestra la verdadera intención de quien está al frente de las Farc. Y esa intención no es otra que la de fomentar y promover la actual enemistad política que se da entre el mandatario y su antecesor, pues ella le permite al grupo guerrillero no solo dejar por fuera de la mesa de negociación a su mayor enemigo, sino pretender imponer iniciativas y propuestas a un gobierno al que le falta el respaldo de la mitad de los colombianos. Para las Farc, una cosa es tener a Santos y Uribe del mismo lado de la mesa y otra muy distinta es tenerlos en mesas separadas, como ocurre en la actualidad. Es evidente que el grupo guerrillero quiere sacar provecho de esa situación y por ello no ahorra esfuerzo a la hora de meterle candela a la división.

¿Unanimismo o garantías a la oposición?

El hecho de que Santos y Uribe se sienten a hablar de paz no significa que el primero se vuelva uribista y el segundo santista. Todo lo contrario: significa que son lo suficientemente inteligentes como para entender que el momento histórico del país requiere de un Estado fortalecido a la hora de negociar con quien es –sin duda– su principal enemigo. Decía Benjamín Herrera, expresidente liberal, que la patria debe estar por encima de los partidos y que ningún interés es superior a ella. Ocurre, sin embargo, que hoy por hoy son los egos de presidentes y expresidentes los que parecen estar por encima de los intereses superiores de la patria. No es hora de vanidades, ni de propósitos mezquinos o perversos. Se puede ser opositor, pero también aliado político a la hora de defender los intereses de la inmensa mayoría de los colombianos. Y se puede ser aliado político sin que ello signifique fomentar el unanimismo y olvidarse de ideas, principios y valores.

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