Por Carlos Obregón
El problema con estos documentos es que en vez de enriquecer el debate sobre el proceso de paz, desorienta a la opinión.
Pocos son los colombianos que han leído los textos de lo acordado en La Habana, hechos públicos recientemente, y una inmensa minoría la que ha entendido el alcance de lo pactado. Por eso llamó la atención el ejercicio que hizo el Centro Democrático que tituló “Las 52 capitulaciones de Santos en La Habana”.
Independientemente de que sean verdades o no –y el análisis daría razón a quienes piensan que en general son más interpretaciones amañadas que verdades sustentables–, el documento del uribismo demuestra que se partido está haciendo la tarea que le corresponde a la oposición. Así lo hicieron también las semanas anteriores con las observaciones que presentaron sobre el presupuesto nacional para 2015. En ambos casos el problema de los documentos es que parecen estar escritos más por la pasión que por la razón.
El país sabe que el uribismo junto con el procurador hacen el coro más crítico del proceso de paz y que el expresidente Álvaro Uribe sabe como pocos en qué momento golpear y con qué herramientas.
Las 52 capitulaciones que se señalan al gobierno de Santos hay que verlas como la reacción a lo que ha pasado en las últimas semanas: se dan en momentos en que se le ha vuelto a recordar a la opinión que en el gobierno de la Seguridad Democrática se intentó hacer un proceso de paz con las Farc –incluido un despeje territorial—con concesiones similares a las que ofreció Santos a esa guerrilla. También se sale a atacar los acuerdos de La Habana cuando se da un fuerte debate por las visitas de alias Timochenko a la mesa en Cuba.
El problema con este tipo de documentos es que en vez de enriquecer el debate sobre el proceso de paz, desorienta a la opinión que no tiene por qué saber, por ejemplo, que las zonas de reserva campesinas o la expropiación de tierras no surgen de la negociación con las Farc sino que hacen parte de normas que hace décadas fueron aprobadas.
Hacer creer a la gente que Santos está negociando el modelo de producción rural en aras de que las Farc le firmen la paz, es parte del juego que usa su antecesor para atacar el proceso. Ese es el papel de los críticos en cualquier parte del mundo.
Este tipo de arremetidas contras las negociaciones son inevitables sobre todo cuando el modelo escogido deja espacio para las dudas: se cumplen dos años en los que la gente hubiera esperado más avances y menos acciones terroristas de las Farc contra la población civil.