No parecen muy optimistas las opciones que tiene Venezuela para defenderse de una posible incursión de Estados Unidos en su territorio, en su objetivo destinado a aterrizar su lucha antidrogas. Más que todo, no tiene manera de poner en marcha o al menos sacar fruto de sus alianzas con China, Irán y, especialmente, Rusia.
Sobre este último país, el régimen de Nicolás Maduro ha sacado pecho en reuniones en el Kremlin, donde se han firmado acuerdos de cooperación cultural y militar. Saludos de manos, abrazos e intercambio de regalos entre Vladimir Putin y Nicolás Maduro, con sonrisas que dejan de lado lo aparentemente asimétrica y disímil de esa relación.
Asimétrica porque son dos países con tamaños, estructura económica y culturas muy distintas. Y disímil, debido a que, precisamente, por esas circunstancias, no se parecen en nada, más allá de contraponerse al poder hegemónico de Estados Unidos. Lo mismo ocurre con China e Irán.
No hace mucho, en sus habituales comparecencias públicas transmitidas por televisión, Maduro entrelazó fuertemente sus dedos para mostrar lo cercanas y fraternas que están las relaciones con Rusia. “Estamos más unidos que nunca”, respondió, al ser preguntado sobre sus aliados extranjeros, especialmente con el lejano país euro asiático.
“Una gran potencia ¿verdad”? cuestionó un entrevistador a Maduro a lo cual, el autócrata venezolano asintió.
Como ha podido, el régimen chavista ha sacado alguna tajada de esos acercamientos, reflejados en aumentar su poder de fuego aéreo y la vigilancia de su costa en el Mar Caribe. El más reciente y cercano de ellos en enero de este año, en un pacto que el propio Maduro calificó de histórico, como bien lo reseñó el prestigioso medio “The Atlantic”.
Venezuela cuenta con aviones militares rusos y defensas antiaéreas adquiridos durante los casi 30 años de régimen chavista y que han superado incluso sanciones que Occidente le ha impuesto a Rusia, luego de la toma de Crimea y la invasión a Ucrania.
Más que para enfrentar una amenaza inminente como la que experimenta hoy -que no era prevista ni por los más avezados internacionalistas a comienzos de este año- sirvió para mostrar poder y envalentonar a las bases chavistas.
Lo último que se supo de esas alianzas fue el aterrizaje el mes pasado, de un avión de carga militar ruso que aterrizó en Caracas, posiblemente llevando equipo militar. De ahí, nada más.
¿Por qué Moscú no se ha pronunciado más elocuentemente acerca del poderío naval que ha estacionado Estados Unidos en el sur del Mar Caribe? ¿Por qué no ha promovido efusivamente alguna resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenando y pidiendo detener los ataques a lanchas que aparentemente llevan drogas y estupefacientes, los cuales han dejado casi un centenar de muertos? ¿Qué tiene que decir acerca de eventuales incursiones estadounidenses en territorio venezolano, que recuerdan las hechas en Panamá y Grenada?
En otro tiempo, durante la Guerra Fría, esas alianzas se hubieran reflejado en decenas de barcos rusos llevando por el Océano Atlántico y el Mar Caribe muchísimos más pertrechos que los que transportó ese misterioso avión que llegó a un aeropuerto venezolano.
El solo estacionamiento de misiles estadounidenses en Turquía a comienzos de la década de 1960, precipitó el envío de misiles balísticos intercontinentales rusos a Cuba, desatando la peor amenaza de guerra nuclear entre ambas potencias, la cual dejó en vilo al mundo durante muchos días.
Esta vez, ha sido distinto.
El Kremlin no parece tener prisa en apoyar al mandatario venezolano. Es más, luce que lo ha abandonado, a juzgar por un pronunciamiento del canciller ruso, Sergueí Lavrov, para quien esos pactos con Venezuela no lo obligan bajo ninguna circunstancia a intervenir directamente a favor de su amigo americano.
Ryan Berg, comentarista e investigador en el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, ya había dejado claro ese abandono cuando en el pasado junio indicó que los acontecimientos del Medio Oriente y Europa oriental dejaron aisladas a naciones latinoamericanas con las que Pekín, Teherán y, especialmente Moscú, estaban comprometidos.
La guerra en Ucrania; la caída del régimen sirio; las campañas de Israel y Estados Unidos contra Irán y los preparativos de China para invadir Taiwán, pusieron en entredicho esa asistencia militar mutua lejana, que en Venezuela, Cuba y Nicaragua pensaban que estaba perfectamente asegurada.
Rusia no puede en este momento comprometerse con ayudar a Venezuela. El estancamiento en el que está en Ucrania, las decenas de miles de bajas, una infraestructura de producción de combustibles asediada por los ataques ucranianos y una economía en declive, lo obligan a concentrar recursos, pertrechos y pie de fuerza allí.
Irán está sumido en una crisis de agua, con sanciones económicas que han drenado recursos muy importantes de su comercio petrolero. Los ayatolas están totalmente expuestos a nuevos ataques estadounidenses e israelíes y sin perspectivas de poder reanimar un programa nuclear moribundo.
Y ha sido tradición de China no involucrarse más allá de defender la autodeterminación de los pueblos e instar por salidas pacíficas que no pasen por el ejercicio de la fuerza.
Como dijo Lavrov, nada de lo que está escrito en esos acuerdos de cooperación militar, económica y cultural, lo empuja a ir más allá. Entonces, el rescate desde el Krrmlin no es una opción para Venezuela.
El mensaje para Maduro: Tenemos pactos firmados, pero no me puedo comprometer en este momento. Arreglárselas como mejor pueda es la opción más inteligente que debe tomar en estos tiempos de abandono.
