Perú prendió la fiesta del libro de Bogotá

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Por: Ricardo Rondón Ch.

Bogotá, 27 de Abril ¬_RAM_ Tres compadres beodos libaban frascos de lúpulo en una céntrica cantina aledaña al palacio Liévano, quizás una réplica bogotana de la original que en Lima inspiró a Mario Vargas Llosa para escribir ‘Conversación en La Catedral’, cuando escucharon el verbo sincopado de Gustavo Petro.

Uno de ellos interrumpió la algarabía y pidió a sus contertulios que hicieran silencio, creyendo, en medio de la nebulosa de su juma de cebada y repollo, que el burgomaestre capitalino estaba otra vez atrincherado en su balcón de discursos y arengas, en una nueva defensa de su puesto, el de alcalde de ininterrumpidos períodos por la neura de un procurador que no puede verlo ni en pintura, por estos días envenenado de furia por su inesperada restitución.

Pero no. Esta vez la labia de Petro, que se filtraba por los ventanales abiertos de la pulpería, en medio de los despachos atronadores de una ranchera de mala muerte que paría una rockola en uso de buen retiro, tenía que ver con la hermandad colombo-peruana, con los lazos de consanguinidad que nos une a través del mestizaje, y con la cultura, la tradición y el folclore de milenarios ancestros que sembraron la semilla de la redención con la música del indio vencido en las cumbres borrascosas donde los incas asentaron su imperio.

«Nuestra riqueza no tiene que ver -exponía el alcalde- con el dinero amasado por las oligarquías. Somos ricos por la cultura, la palabra y el corazón». De cuando en vez lanzaba dardos contra su enemigo más incisivo en su derrotero de llevar las riendas de su Bogotá Humana, el procurador Ordoñez, señalándolo como el emblema de la anticultura, el pirómano de libros, el verdugo de la indiferencia, el inquisidor que a ultranza impone su razón por encima de la opinión y el parecer de sus conciudadanos.

Los tres compadres beodos, petristas a morir, salieron del bar entre trastabilleos, con el propósito de enterarse de primera mano de lo que estaba aconteciendo en la plaza de Bolívar, a esa hora, ocho de la noche, con cielo despejado y una diadema de luceros, y se encontraron con una fiesta que no estaba en sus libretos.

El Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa, uno de los atractivos de la 27| Feria Internacional del Libro de Bogotá
Una fiesta, regaló del Perú y de su delegación de más 200 participantes (El Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa a la cabeza de 60 escritores presentes) , con la ministra de cultura de ese país, Diana Álvarez, como oferente y garante de las actividades de la edición 27 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Además de un tributo a la memoria del recién fallecido escritor colombiano, Gabriel

García Márquez, que rubricó el espectáculo con una versión especial de la cumbia ‘La pollera colorá’, de Wilson Choperena, compositor de Plato (Magdalena), fallecido en Bogotá en diciembre de 2011.

Cuando los alegres compadres se instalaron a escasos metros de la tarima, Petro ya había finiquitado su alocución, pero en otras parcelas de la plaza se escuchaban vítores de ‘No se va’, ‘Petro se queda’, ‘Ordoñez, pa’fuera’, entre otros ‘lanzallamas’ populistas ya comunes en el primer escenario de manifestación del país, en esta ocasión al tope de público, cabe resaltar, atento y respetuoso del ofrecimiento artístico y cultural del hermano país, como preámbulo al magno certamen editorial que abre sus puertas este martes 29 de abril.

Lo que vino después de los actos protocolarios fue una fiesta multicolor de la tradición peruana, de sus músicas, cantos y cultura ancestral, con una pintoresca puesta en escena que en Perú se conoce como ‘Retablo’, una suerte de caja de Pandora, de baúl de los recuerdos abierto a las variadas expresiones musicales y dancísticas, con sus instrumentos autóctonos, sus sonoros cajones (que también se utilizan en el flamenco), sus flautas, capadores y zampoñas; bombos, violines y saxofones; y esos vistosos atuendos, apenas coherentes con la alegría desbordante de sus protagonistas.

Los tres compinches, ya pasmados por el sereno de la noche, quedaron embebidos con el elenco nacional del folclore peruano. Aplaudieron a rabiar a la robusta cantadora que evocaba aires emancipadores de la época de la colonia, valses criollos y remembranzas de labriegos y campos. Se rindieron en complacencia a la muestra de toritos y fanfarrrias carnestoléndicas con matador a bordo, de rigurosa indumentaria. Y acompañaron con palmas, aunque con silbatos desafinados, la tradicional danza de oriente con las bailarinas del sol, evocación de ese himno que hizo célebre con su prodigiosa voz la recordada Zoila Emperatriz Chavarri del Castillo, la princesa inca, etiquetada en los escalones del reconocimiento internacional como Yma Sumac.

El viaje onírico en la vastedad de la memoria narrativa y la cultura peruana, también tuvo un capítulo honorífico a José María Arguedas, quizás el escritor más dramático y comprometido con el dolor y las necesidades de su pueblo, con el tiempo, modelo a seguir de varios narradores de su nacionalidad, incluso Mario Vargas Llosa, como él mismo ha referido en sus entrevistas. En otros partes repicaron aires de danzas populares como el ‘Waca Waca’ (nada que ver con el tema de Shakira); los festejos de La Marinera, de La Libertad; las Toromatas, de Lima; los Tulumayos, de Huánuco; y la Diablada, de Puno, entre otros; con un contrapunteo de cajones que disparó el entusiasmo del público.

‘Retablo’ llegó a su punto final con la interpretación de ‘La pollera colorá’, a eso de las nueve de la noche, que contagió con sus vibrantes compases al respetable, en especial a los tres eufóricos amigotes de esta historia, quienes no vacilaron en remedar con torpeza los pasos característicos de este baile emblemático de la costa caribe colombiana, a la usanza de polleras (largos y anchos faldones plisados, de ahí su nombre) con velas encendidas en noches fragorosas de jolgorio y erotismo.

Culminado el espectáculo, la ministra de cultura del Perú depositó una ofrenda floral en el pedestal de la estatua que la Alcaldía Mayor de Bogotá erigió el año pasado al laureado autor de ‘Cien años de soledad’. A su vez, Gustavo Petro, y como un reprocité al noble gesto de la funcionaria peruana, le hizo entrega de una réplica de la balsa de oro de Guatavita, origen de la leyenda precolombina de El Dorado.

«Hoy ser peruano o colombiano, no es más que un motivo de orgullo para ambos pueblos. De ahí que ‘Retablo’ sea una muestra simbólica y cultural que ofrecemos a los bogotanos por su generosidad y hospitalidad», repuntó la funcionaria peruana, en el introito de una celebración de la imaginación, el talento y la escritura, como es la feria del libro de Bogotá, que este año, con Perú como invitado de honor, incluye alrededor de 300 actividades culturales entre folclore, representaciones teatrales, conciertos, muestras gastronómicas, exposiciones fotográficas, ciclos de cine, no sólo en Corferias sino en distintos puntos de la ciudad, como el Centro Cultural ‘Gabriel García Márquez’.

Una vez apagadas las luces de tarima, los desprogramados compadres coincidieron volver a la réplica de La Catedral, de Vargas Llosa, para tomarse ‘la última de la jornada’, con la decepción de que al llegar, ya estaba cerrada.

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