Ley del Montes: Gabo, el político del “Realismo mágico”

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Por Oscar Montes

García Márquez fue más amante de Colombia de lo que se piensa, más distante de los poderosos de lo que se informa, menos amigo de la guerrilla de lo que se afirma y menos chavista de lo que se cree.

No había terminado de exhalar su último suspiro el pasado Jueves Santo en Ciudad de México y ya Gabriel García Márquez era objeto de todo tipo de controversias, no sobre su obra, que tiene el respaldo unánime de propios y extraños, sino sobre el hombre público; o mejor sobre el hombre político. Así fue siempre. Hubiera sido muy extraño que Gabo muriera en medio de una salva de aplausos sobre su papel como “periodista militante”, “periodista amigo del poder, pero –sobre todo– de los poderosos”, “periodista y escritor amigo de Fidel Castro y alcahueta del régimen cubano” y “escritor indolente con Colombia y amigo de Chávez”. El Gabo político fue siempre un hombre controvertido y controversial, condición que él no solo no evadió, sino que fomentó.

Esta vez la tormenta corrió por cuenta de un trino escrito por la recién elegida representante a la Cámara por Bogotá por el Centro Democrático María Fernando Cabal, quien escribió al pie de una foto del Nobel con Fidel Castro, una frase desafortunada y ofensiva no solo para la memoria del más universal de los colombianos, sino para millones de sus lectores en el país y en el mundo: “Pronto estarán juntos en el infierno”, fue el trino de Cabal que desató una especie de tsunami en las redes sociales, que sigue sin amainar, y cuyos coletazos políticos los sentirá el Centro Democrático en cabeza de su jefe máximo, Álvaro Uribe Vélez.

Como era de esperarse, el “papayazo” servido por la cabeza de lista del uribismo en la capital de la República –quien luego pretendió bajarle el tono a la controversia, afirmando en un comunicado que ella no cuestionaba la grandeza literaria de García Márquez, sino “su afinidad con el castrismo”– fue aprovechado por los enemigos políticos del expresidente, quienes de inmediato exigieron un pronunciamiento por parte de los máximos dirigentes de ese partido, empezando por el candidato presidencial, Óscar Iván Zuluaga, quien se apartó del pronunciamiento de Cabal y se declaró admirador de la obra del Nobel.

Pero, curiosamente, entre los ahora defensores de la memoria de Gabo se encuentran algunos de quienes en el pasado tomaron decisiones que afectaron su libre ejercicio del periodismo, concretamente el que tuvo que ver con la renovación de la licencia para que el noticiero QAP de televisión –del que Gabo era uno de los principales accionistas– se mantuviera al aire, pues era considerado por funcionarios del Gobierno como el principal medio de oposición a Ernesto Samper, durante la crisis desatada por el proceso 8.000.

De hecho, Gabo fue uno de los primeros colombianos notables que –una vez desatado el escándalo por la narcofinanciación de la campaña liberal– marcó distancia del mandatario al cuestionar que el entonces candidato “no se diera cuenta de que sus asesores sagrados reciben millones de dólares sucios para su campaña”.

De otra parte resulta por lo menos insólito que quienes llevados por pasiones políticas o por simple ignorancia, pretendan desconocer, también, el papel que García Márquez desempeñó en procesos recientes en la historia nacional, especialmente los que tienen que ver con acercamientos o diálogos con los grupos guerrilleros o paramilitares, casi siempre por solicitud de mandatarios de turno, quienes se valieron de su influencia no solo ante Fidel Castro, sino ante otros líderes mundiales, como François Mitterrand, Bill Clinton o Felipe González, para solo citar tres de sus mejores amigos. Fue muy activo en los diálogos con las Farc en el gobierno de Andrés Pastrana, quien, además, lo comisionó para tener acercamientos con Carlos Castaño. De manera que fueron esos gobiernos los que utilizaron a Gabo, no fue Gabo quien los utilizó a ellos. En todos esos procesos lo que hizo el Nobel fue aportar su nombre, prestigio y buena voluntad para que las cosas salieran bien y Colombia pudiera pasar la página de la barbarie, algo que –por desgracia- sigue aun sin suceder.

Gabo, periodista y escritor militante

Gabriel García Márquez fue siempre un periodista y escritor con camiseta puesta, ya sea como defensor y promotor del socialismo como sistema político y económico, o como defensor y promotor de los Derechos Humanos. Gabo fue un personaje público comprometido con una causa política, inclusive desde sus columnas en EL HERALDO y luego en El Espectador y –sobre todo– desde la fundación de la Revista Alternativa, al lado de Orlando Fals Borda, Enrique Santos Calderón, Antonio Caballero, Jorge Restrepo y Daniel Samper Pizano, entre otros. Alternativa fue un medio crítico del establecimiento, cuya finalidad –según el propio Gabo– no fue otra que la de “contrarrestar la desinformación oficial”. De hecho, su militancia política lo llevó a abandonar por un tiempo la narrativa de ficción, “hasta que no caiga la dictadura de Pinochet”, promesa que cumplió a medias, pues, a la postre, el escritor le ganó al combativo periodista. Gabo ejerció su militancia política por encima de la mesa. Su amistad con Fidel Castro –que le granjeó la enemistad de muchos intelectuales latinoamericanos, como los cubanos Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, o del Nobel peruano Mario Vargas Llosa– fue pública y notoria. Y esa estrecha relación con Castro –a quien jamás cuestionó, al menos públicamente– le costó el repudio de decenas de escritores y de gobernantes de todo el mundo, quienes lo señalaron de ser “propagandista del comunismo”. La defensa y promoción de los Derechos Humanos –tarea que se le desconoce injustamente– lo llevó a crear Habeas en México, organismo que sostuvo con las regalías de sus obras.

¿Quién buscó a quién?

Cuando en 1975 más de una docena de países decidieron restablecer relaciones con Cuba, entre ellos Colombia, el entonces presidente Alfonso López Michelsen se valió de la mediación de Gabo para volver a tener vínculos con la isla. García Márquez dejó a un lado sus temores con respecto a su integridad física –producto de una bomba que explotó en la sede de Alternativa y que tendría que ver con una supuesta militancia suya en el M-19, versión difundida por un sector de las Fuerzas Militares– para contribuir al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Y luego cuando César Gaviria en 1992 decide restablecer relaciones con la isla –luego de que Julio César Turbay rompiera relaciones con Fidel Castro, al señalarlo de patrocinar grupos guerrilleros colombianos– el papel de Gabo fue fundamental para que de nuevo los dos países tuvieran relaciones diplomáticas. El hoy presidente Juan Manuel Santos también se valió de los buenos oficios del Nobel en 1997, cuando “ambientaba” una salida política a la crisis de Samper por cuenta del 8.000. En esa oportunidad el entonces dirigente del Partido Liberal utilizó a Gabo para promover un acercamiento con Felipe González que permitiera la elaboración de “un plan de paz” y la celebración de una Asamblea Constituyente que pusiera fin a la crisis. Ocurrió, sin embargo, que al desatarse el escándalo por lo que fue considerada una “conspiración contra Samper”, Santos se descargó en Gabo, atribuyéndole la frase según la cual “aquí hay que hacer algo audaz, aquí hay que poner a todo el mundo a conversar para ver cómo se reparte la derrota, porque en esta guerra todos estamos perdiendo”. De manera que no era que a Gabo le gustara estar con los poderosos nacionales e internacionales: eran los poderosos los que querían estar con Gabo, precisamente porque reconocían su poder.

¿Indolente con Colombia?

Señalar a Gabo de ser indolente con la suerte de Colombia es otra falacia. Todos los proyectos periodísticos que emprendió antes y después del Nobel tuvieron como escenario principal al país, desde la revista Alternativa –que dejó de circular el 27 de marzo de 1980 ante el bloqueo comercial impuesto por los grupos económicos afectos al gobierno de Turbay– hasta el Noticiero QAP y la Revista Cambio, su última aventura periodística en la que se embarcó junto con Mauricio Vargas, Roberto Pombo, María Elvira Samper, Ricardo ávila y Édgar Téllez, entre otros. De todos ellos, el único que resultó rentable fue QAP, todos los demás fueron financiados con los bolsillos de los ilustres propietarios, empezando por los del propio Gabo. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano –que preside Jaime Abello– con sede en Cartagena fue otro sueño que Gabo realizó con el único propósito de buscar la excelencia en el ejercicio del periodismo por parte de las nuevas generaciones. Son cientos los jóvenes colombianos y de otros países capacitados por los mejores reporteros del mundo, entre ellos el desaparecido Ryszard Kapuscinski, así como el estadounidense Jon Lee Anderson y la mexicana Alma Guillermoprieto, entre otros. La supuesta indolencia de Gabo tiene que ver con el olvido al que sometió a Aracataca, su tierra natal, a la que universalizó como epicentro del “Realismo mágico”, lo que no alcanzó para que sus detractores lo señalen de haberse olvidado de su terruño, como si ello no corriera por cuenta de gobiernos indolentes –ellos sí– que sometieron al ostracismo a la tierra del Nobel. Inclusive un vallenato del desaparecido Armando Zabaleta –titulado “Aracataca espera”– le pasa la cuenta de cobro por no haberle llevado luz a Aracataca, como sí hizo Pambelé con San Basilio de Palenque.

¿Chavista y proguerrillero?

El pensamiento de García Márquez con respecto a Hugo Chávez está plasmado en un magistral perfil que escribió para la Revista Cambio en 1999, luego de conocerlo en La Habana y de quien dice que podría tratarse de dos hombres opuestos en uno solo: “uno a quien la suerte empedernida le ofreció la oportunidad de salvar a su país, y el otro, un ilusionista que podría pasar a la historia como un déspota más”. De manera que –a juzgar por su escrito– Gabo resultó menos chavista que muchos de los que ahora se definen como antichavistas. O para decirlo en otras palabras: el chavismo de Gabo le sirvió a los antichavistas de hoy para acercarse a Chávez. Un dato no menor sobre este asunto es que fue Chávez, quien pretendió darle un golpe de Estado a uno de los mejores amigos de Gabo: el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. Y sobre sus supuestos vínculos con las guerrillas colombianas también hay testimonios y documentos que prueban lo contrario. En el caso de su presunta militancia en el M-19 –que lo obligó a exiliarse en México cuando su vida en Colombia corría peligro– lo único que está certificado en su amistad con Jaime Bateman Cayón, jefe del grupo, amigo, por cierto, de decenas de intelectuales colombianos. Y en tiempos más recientes, una “carta abierta” a la guerrilla en 1992, durante el gobierno de César Gaviria, en la que respalda los diálogos iniciados por el gobierno y en la que critica en duros términos a los jefes guerrilleros por “no mostrar deseos de paz”, prueba la enorme distancia que había entre su pensamiento de intelectual de izquierda y su presunto apoyo a grupos insurgentes. Pero, además, no se puede desconocer que fue la intervención directa de Gabo la que llevó a Fidel Castro no solo a retirar cualquier tipo de apoyo a los grupos insurgentes colombianos, después de la crisis diplomática en tiempos de Turbay, sino a condenar abiertamente la lucha armada como herramienta para acceder al poder.

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