Gobierno y Farc mostraron sus cartas: ¿qué sigue?

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Por Oscar Montes

La última vez que Humberto De la Calle se encontró con alias Iván Márquez fue en Caracas, cuando el primero se desempeñaba como ministro de Gobierno de César Gaviria y el segundo era uno de los negociadores de las Farc, junto con Alfonso Cano y Pablo Catatumbo.

En ese momento De la Calle era considerado el gran enemigo del grupo guerrillero por cuenta de ser el ministro del Presidente que dio la orden de bombardear Casa Verde, campamento de los jefes guerrilleros. De la Calle y Márquez se volvieron a ver las caras en Oslo el pasado jueves, siendo ambos los jefes de los equipos negociadores del Gobierno y de las Farc, respectivamente.

La intervención de Márquez, retórica, pretenciosa y desfasada, generó todo tipo de reacciones en la opinión pública y en varios analistas, quienes esperaban un discurso con un tono más conciliador, como sucedió con el de De la Calle, quien reconoció un “moderado optimismo” por parte del Gobierno. Quienes conocen a Márquez no se sorprendieron con su intervención. “Lo preocupante es que se hubiera mostrado pacifista de entrada”, me dijo un excomisionado de Paz, quien conoce muy bien a los delegados de las Farc en las conversaciones.

Para muchos expertos, tanto el tono como los términos empleados por Márquez responden a este tipo de negociaciones en las que las partes de entrada se encargan de marcar distancia y mostrarse duras antes de sentarse a conversar.

Hay otra lectura, sin embargo, que es bueno tener presente: Márquez necesitaba con urgencia enviarle un mensaje a los distintos frentes que se encuentran en el país, muchos de los cuales han perdido contacto con los máximos comandantes del grupo guerrillero por cuenta de las acciones de las Fuerzas Militares.

Se trataba, pues, de un discurso de doble vía: uno para los combatientes y otro para la comunidad internacional, que, por cierto, cada día cree menos en la buena voluntad de las Farc. No obstante, quienes se muestran sorprendidos y cuestionan la dureza de la intervención de Márquez deben saber que lo importante de toda negociación no es cómo comienza sino cómo termina.

Ningún negociador llega a la mesa mostrando sus cartas o con la cabeza agachada, ni siquiera aquellos que han sido derrotados militarmente. De hecho Márquez reconoció que “hemos recibido duros golpes, pero también hemos propinado duros golpes”, algo que no es fácil de admitir, sobre todo después de haber perdido a Raúl Reyes, Mono Jojoy y Alfonso Cano, entre otros, de los comandantes muertos por las Fuerzas Militares.

Discurso de Iván Márquez: el mundo se detuvo en la década del 50

Como si se tratara de la misma película que por enésima vez hemos visto los colombianos, quienes presenciamos la intervención de alias Iván Márquez en Oslo tuvimos la sensación de que para ese grupo guerrillero el mundo se detuvo en la década del 50, cuando Manuel Marulanda y varios de sus amigos decidieron internar se en el monte, huyéndole a la arremetida gubernamental. Las misma palabras que pronunció Márquez en Oslo el pasado jueves las pronunció en Caracas y en Tlaxcala, México, en 1991.

Pero, además, fueron las mismas que emplearon alias Joaquín Gómez y alias Raúl Reyes en el Caguán. Se trata de un discurso trasnochado, desgastado y políticamente inviable, que tuvo alguna validez en épocas pasadas, pero que en una economía de mercado y globalizada como la actual es absolutamente impracticable, a no ser que se trate de países como Corea del Norte, Albania o la misma Cuba.

Las Farc se resisten a entender que el mundo cambió, que el muro de Berlín fue derribado y que Rusia, uno de sus grandes referentes, es hoy en día un país capitalista, cuyos hombres más ricos son dueños de equipos de fútbol en Inglaterra e invierten en todas las naciones del mundo.

¿Cuántos y cuáles son los inamovibles del Gobierno?

El jefe de la comisión negociadora del Gobierno, Humberto De la Calle, dijo en Oslo que ni el modelo económico, ni la doctrina militar están en discusión. Tampoco se pondrán sobre la mesa temas como la inversión extranjera o la propiedad privada.

Se trata, pues, de inamovibles que por ninguna razón y bajo ninguna circunstancia serán sujetos de discusión. Y está bien que así sea, sobre todo después de escuchar la intervención de Márquez en Oslo, donde, al parecer, no fue informado de lo pactado en La Habana.

Las Farc, por supuesto, tratarán de llevar esos temas a la mesa de negociación puesto que -sostienen sus voceros- la razón de ser de su existencia radica, precisamente, en la oposición armada al modelo económico, la doctrina militar, la inversión extranjera y la propiedad privada. Un sistema democrático -y Colombia lo es, con todas sus imperfecciones- se rige por pilares básicos, como la separación de poderes y el respeto por las libertades ciudadanas.

Nada de eso está en discusión, como tampoco la libertad de empresas y la integridad territorial. Las conquistas que las Farc logren a futuro, si la negociación llega a feliz término, serán por la vía democrática y en las urnas. Pretender imponer en la mesa de negociación modelos o sistemas políticos y económicos que han perdido en el mundo carece de fundamento.

Futuro de las Farc: es preferible que echen discursos a que echen bala

Pese al tono particularmente belicista de Márquez en Oslo, que resultó sorpresivo para quienes esperaban de sus manos un ramo de olivo y no una pistola cargada, es necesario tener presente que las Farc llegaron a la mesa de negociación con la necesidad imperiosa de buscarle una salida política al conflicto armado. Insistir en la confrontación militar, con un rechazo de más del 90 por ciento de la población y con un cuerpo de combatientes disminuido tanto en número como en líderes y comandantes, es tanto como un suicidio colectivo.

La retórica de Márquez no alcanza a tapar esa cruda realidad y tanto él como Timochenko deben tener claridad de semejante responsabilidad, tanto con los hombres bajo su mando como con la historia. Así lo nieguen una mil veces, es evidente que el cuarto de hora político y militar de las Farc ya pasó. De manera que el futuro de ese grupo guerrillero dependerá de lo bien o lo mal que le vaya en su negociación con el Gobierno. Tanto el Fiscal General, Eduardo Montealegre, como el presidente del Senado, Roy Barreras, han dicho que prefieren a las Farc echando discursos que echando bala, que es, en últimas, el sentir de la gran mayoría de los colombianos.

Una negociación que no implique impunidad y que establezca sanciones y castigos podría permitirle al grupo insurgente empezar a colonizar una franja de la izquierda democrática nacional. Ello sería, sin duda, un triunfo.

El tiempo corre en contra tanto del Gobierno como de las Farc

En su intervención en Oslo, Iván Márquez sostuvo que “la paz exprés solo conduce a los precipicios”, ello para significar que por parte del grupo guerrillero no hay premura. Pero debería haberla. Una negociación larga es desgastante tanto para el Gobierno como para las Farc.

Para el primero, porque lo peor que podría pasarle a Juan Manuel Santos en trance de reelección es que la negociación coincida con el inicio de la campaña presidencial el próximo año. Un Santos afanado por negociar y unas Farc interesadas en sacarle provecho a esa situación es lo peor que le podría pasar al país, pues pone al Jefe del Estado en la perversa condición de rehén de la negociación, que es, precisamente, lo que Santos no quiere ser.

Y en el caso de las Farc, una negociación que se extienda en el tiempo y sin mayores avances, significaría para el grupo guerrillero revivir la época del Caguán, donde cada día de conversaciones le significó un enorme desgaste ante la opinión pública, que le cobró todas y cada una de sus acciones contras las Fuerzas Militares o la población civil. Una negociación “eterna” y sin mayores logros resultaría fatal para ambas partes, así las dos no lo reconozcan públicamente.

Por Óscar Montes
@leydelmontes

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