ANÁLISIS LEY DEL MONTES | ¿Qué nos espera en 2018?

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Por Oscar Montes

Habrá segunda vuelta y el nuevo Presidente saldrá de una de las dos grandes alianzas que se han creado: la de centro-izquierda y la de centro-derecha. En materia económica, el nuevo año no puede ser peor que el que termina hoy.

Los optimistas creen que el año que comienza a partir de las 12:01 minutos de esta noche no puede ser peor que el que acaba de terminar. Los pesimistas -por su parte- consideran que toda situación por mala que sea es susceptible de empeorar. Los primeros ven el vaso medio lleno y los segundos lo ven medio vacío. Aquellos son amigos del Gobierno y estos últimos son sus contradictores. La verdad es que el año que termina fue menos malo de lo que dicen los enemigos del Gobierno, pero tampoco fue el lecho de rosas que el presidente Juan Manuel Santos insiste en querer mostrarnos.

En términos académicos se podría decir que el 2017 apenas dio para una calificación de 3.0. Es decir, una nota excelente para los mediocres, pero una pésima calificación para quienes apuestan a la excelencia. Para decirlo en plata blanca: pasamos el año raspando.

¿Qué pasó para ese modesto desempeño? El gran responsable, aunque lo niegue, fue el Gobierno que no supo -o no quiso o no pudo- darle el manejo adecuado a situaciones estructurales o coyunturales, que terminaron generándole más de un dolor de cabeza. Por ejemplo, la caída de los ingresos petroleros no tuvo una respuesta acertada por parte del ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, quien decidió apostarle a una reforma tributaria que aumentó el IVA, descuadró las cuentas de la clase media y rompió los bolsillos de los trabajadores y asalariados del país.

El Gobierno prefirió meterle las manos a las billeteras de los colombianos en lugar de apretarle las tuercas de forma drástica a los evasores y declararle la guerra de frente a la corrupción, donde pudo obtener recursos suficientes para evitar el pesimismo, el desconsuelo y la incertidumbre con que buena parte de los colombianos esperan el Año Nuevo.

Al terminar el año el país tiene la corrupción en su máxima expresión -con “cartel de la toga” incluido- y una pésima calificación por parte de Standars and Poor´s (S&P), que pasó factura por la poca flexibilidad fiscal y el mediocre crecimiento económico. La pregunta que trasnocha a los expertos es: ¿Qué tal que las otras calificadoras sigan el ejemplo de S&P y metan al país en la licuadora de recortes en la calificación? Ahí sí el rancho terminaría de arder.

De manera que esta noche, Santos y su gabinete deberán sacar unos minutos de su valioso tiempo, cuando falten cinco minutos para las doce, para rezar un Padrenuestro y un par de Avemarías para que en 2018 la desaceleración de la economía -que lleva cuatro años en línea- llegue a su fin. En sus cálculos está proyectado un crecimiento de 2.5%, lo que prueba que estamos en presencia de uno de los gobiernos más optimistas de la historia.

Poner fin a la desaceleración económica y crecer por encima del 2,5% no será fácil. El año que comienza en unas cuantas horas será muy agitado en materia política, con dos elecciones trascendentales para el país: las parlamentarias de marzo y las presidenciales de mayo. En ambas el Gobierno recibirá más garrote del que le han dado, pues muy pocos quieren cargar con el bacalao del presidente más impopular en nuestra historia reciente. Si ello es justo o injusto es tema de otra discusión y otro debate.

Contrario a lo que ha pasado con casi todos los presidentes, incluyendo a Uribe que lo dejó instalado en la Casa de Nariño en 2010, Santos no tendrá heredero en la Presidencia. Su vicepresidente en el segundo mandato, Germán Vargas Lleras, se bajó del bus hace tiempo y le marcó distancia en el tema de la paz con las Farc. Humberto De la Calle, por su parte, asumió la defensa la negociación con las Farc y por cuenta de ello no despega en las encuestas, aunque tampoco ha podido elaborar un discurso convincente, persuasivo y seductor.

El primer semestre de 2018 será fundamental para construir y consolidar las alianzas políticas y electorales que son las que van a definir la Presidencia de la República. Lanzarse solo a las aguas turbulentas de la primera vuelta implica un riesgo enorme, con grandes posibilidades de naufragar. Ningún candidato tiene hoy las cuentas claras para emprender esa aventura casi suicida en materia electoral. ¿Qué nos traerá el 2018?

Vargas Lleras y Petro, ¿solos contra el mundo?

El exvicepresidente Germán Vargas Lleras -que puso la vara alta con casi 5 millones de firmas el día que inscribió su candidatura presidencial- está resuelto a medírsele a la primera vuelta presidencial solo, sin ningún tipo de alianza. Es un hombre de riesgos y sabe muy bien dónde ponen las garzas cuando se trata buscar votos. De todos los candidatos es el que mejor ha hecho la tarea para convencer a los electores. Lleva varios meses presentando su programa de gobierno en distintas ciudades sobre temas puntuales. En Barranquilla, por ejemplo, presentó el que tiene que ver con infraestructura. En Cartagena sobre turismo y en Bogotá sobre economía, entre otros. Vargas Lleras tiene credibilidad y carácter y eso pesa a la hora de votar. Pero irse solo en la primera vuelta no deja de ser un riesgo, sobre todo por sus altos índices de desfavorabilidad en las encuestas. Gustavo Petro es otro “llanero solitario”, aunque logró sumar a su causa a Clara López, excandidata presidencial del Polo Democrático. Su acercamiento -propiciado por Claudia López- a la campaña de Sergio Fajardo se vio frustrado por una condición inaceptable para el ex alcalde de Medellín: que rompiera con el Sindicato Antioqueño, el principal músculo financiero de su campaña. Petro insiste en su fórmula suicida en términos electorales, según la cual el secreto del éxito de un gobernante está en “empobrecer a los ricos”, como hicieron Chávez y Maduro en Venezuela. Piedad Córdoba también considera seriamente lanzarse al agua sin más compañía que el millón de firmas de respaldo que logro para inscribir su candidatura.

Sergio Fajardo, ni contigo ni sin ti…

Sergio Fajardo va de primero en las encuestas pero no es fácil que gane la Presidencia. A la hora de las preguntas difíciles, Fajardo patina, como le ocurrió recientemente en una entrevista con Ricardo Ospina de Blu Radio, quien lo confrontó sobre cuál es su posición con respecto a la negociación con las Farc y si estaría dispuesto a hacerle modificaciones. Su respuesta de que “primero tengo que ganar la Presidencia, para saber que tengo qué hacer…”, sonó cantinflesca para alguien que se supone tiene el país en la cabeza. Esa tibieza y el no querer comprometerse con nada ni con nadie para no arriesgarse a perder votos, puede convertirse en el principal enemigo de su candidatura. A Fajardo le está pasando como al enamorado despechado, que canta al pie de la ventana de su amor esquivo: “Ni contigo / ni sin ti / tienen mis penas remedio / contigo porque me matas / y sin ti porque me muero…”. Punto. Con el retiro de Claudia López y de Jorge Enrique Robledo, su campaña se consolidó como la propuesta más sólida de la “centro-izquierda nacional”, aunque sin la presencia de Petro y de otros sectores de la izquierda democrática tradicional, como el sector sindical, por ejemplo, todavía le falta gasolina para prender motores en firme. Fajardo debe, además, desantioqueñizarse para lograr ampliar su espectro electoral. A diferencia de Mockus, que en la anterior campaña presidencial se desbogotanizó, Fajardo no ha podido proyectarse como una figura nacional.

¿Qué va a pasar con el que diga Uribe?

La escogencia de Iván Duque como candidato presidencial del uribismo -hoy por hoy el “gran elector presidencial»- lo puso en la primera línea del partidor de la alianza de la “centro derecha nacional”. De hecho, Duque dio un salto en las encuestas y ya está en el pelotón de la carrera. Su primera tarea es tratar de limar asperezas con un sector influyente del uribismo que lo mira con resentimiento, como ocurre con amigos y seguidores del excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga, quienes se sintieron maltratados por Duque durante el episodio de Odebrecht, así como con el exministro Fernando Londoño y el exprecandidato Rafael Nieto Loaiza. Una vez superado este escollo, Duque deberá hacer otra escala antes de llegar a la Casa de Nariño: vencer a Marta Lucía Ramírez, exministra y excandidata presidencial del Partido Conservador, al que renunció, quien se inscribió por firmas. Ramírez tiene el respaldo del expresidente Andrés Pastrana. O sea que en realidad el candidato o candidata no es solo el que diga Uribe, sino el que digan Uribe y Pastrana. En esa baraja también estaría el exprocurador Alejandro Ordóñez. Al parecer, la escogencia se hará por consulta interna en las elecciones parlamentarias, lo que podría convertirse en un verdadero hecho político, pues una cosa es elegir un candidato con 700.000 votos, como acaba de suceder con el liberalismo, y otra muy distinta con 4 o 5 millones de votos, como podría ocurrir en marzo próximo. La otra fórmula es hacer la elección por encuestas o por consenso entre los candidatos. Cualquiera que sea, pone al candidato o candidata que “digan Uribe y Pastrana” con un pie en la segunda vuelta.

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