Sergio Jaramillo: “En Colombia el interés de los políticos por el poder tiende a derrotar el interés por la paz”

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En entrevista con el diario El País de Madrid, el Alto Consejero, Sergio Jaramillo, en su reflexión sobre el acuerdo con la guerrilla de las FARC dijo que lo que está en juego en las elecciones de 2018 es el futuro del proceso de paz. Su mayor autocrítica es no haber sabido explicarles mejor a los colombianos la esencia del proceso  y dijo que «En Colombia el interés de los políticos por el poder tiende a derrotar el interés por la paz».

Jaramillo aseguró que las negociaciones de paz no hubiesen podido llegar a buen término de no ser por la gestión del jefe negociador Humberto de la Calle.

«Gracias a Dios contamos con el liderazgo sereno y lúcido de Humberto de la Calle para poner orden en la casa. Sin Humberto no habría habido acuerdo de paz, así de sencillo.»

Sobre el expresidente Álvaro Uribe, Jaramillo señaló que al exmandatario no le interesaba reconocer los cambios logrados en los acuerdos de paz, tal y como lo expresó después de la victoria del NO en el plebiscito por la paz.

“El interés por el poder derrota a todos los demás. Al final, su único interés en las discusiones que tuvimos era aprovechar políticamente el resultado del plebiscito. Casi todos los 60 cambios al acuerdo que nos pidieron los del ‘no’ los logramos en la renegociación. Uribe no reconoció ninguno, no le interesaba reconocer”, dijo Jaramillo.

Por último, aseguró que «la campaña del ‘no’ fue una campaña muy cobarde, que trató de tergiversar todo lo que pudo, y lo logró».

La siguiente es la entrevista completa:

Sergio Jaramillo (Bogotá, 1966) es, junto al presidente, Juan Manuel Santos, la persona que más vinculada ha estado al proceso de paz de Colombia, del cual ha sido uno de los principales artífices. Participó en las conversaciones secretas que condujeron a los diálogos de La Habana; negoció durante casi cuatro años con la guerrilla de las FARC en Cuba y ahora, trata de llevar a buen puerto la implementación de los acuerdos para que el proceso no naufrague. Jaramillo reflexiona en su domicilio de Bogotá durante casi dos horas sobre lo que ha supuesto para él y su país los acuerdos de paz que pusieron en noviembre fin a un conflicto de más de 50 años.

Pregunta. ¿Cuál es el mayor riesgo que corre el proceso de paz?

Respuesta. Que el próximo Gobierno no lo apoye. Mucha gente en Colombia no ha entendido que este proceso no se trata simplemente de que las FARC se desarmen, sino de cerrar el conflicto histórico y sentar las bases para que no se repita o degenere en otra cosa. Es sobre todo una oportunidad que solo se le presenta a una sociedad una vez en una generación para entrar en una verdadera transición. Tenemos que entender la paz como una gran palanca de cambio que nos obliga a hacer lo que no hemos sido capaces de hacer en cincuenta años: asegurar que la democracia abarque todo el territorio, no solo como participación electoral, sino como garantía de derechos de todos por igual.

P. ¿Por qué cree que aún muchos colombianos no lo han entendido?

R. Primero porque muchos colombianos escasamente conocemos el país en que vivimos. Pocas personas tienen la oportunidad de darse una vuelta por la “periferia indómita” del país. Segundo, porque el conflicto es cada vez más lejano para la mayoría, que vive en la ciudad. Hay una sorprendente falta de solidaridad y empatía con la gente que ha vivido la guerra. Y luego está la política. En Colombia el interés de los políticos por el poder tiende a derrotar el interés por la paz, y eso confunde a todo el mundo.

P. Las FARC se han desplazado hacia las zonas de movilización. Apenas tuvo eco en Colombia algo tan relevante. ¿Cómo se revierte eso?

R. Con dificultad. Nos va a tomar más de una generación lograr que los colombianos nos sintamos que somos todos parte de un mismo país, de una misma sociedad.

P. ¿En qué han cambiado las FARC en este tiempo?

R. Si uno no entiende que un proceso de paz es un proceso de transformación, no entiende absolutamente nada. A La Habana fueron llegando cada vez más comandantes de las FARC y era evidente cómo lentamente se iban amoldando al proceso. Lo mismo dirán ellos de alguna gente del Gobierno. Soy un gran creyente de las posibilidades del diálogo, no solo para entender qué diablos está pensando el otro, sino también porque el diálogo alberga y crea posibilidades de encontrar soluciones que parecían imposibles. ¿Quién se hubiera imaginado que un gobierno democrático y una guerrilla marxista podrían escribir conjuntamente un acuerdo de 300 páginas para terminar una guerra tan larga como esta? A mí todavía me parece un milagro.

P. ¿Cómo fue la relación entre ustedes?

R. La negociación fue el equivalente de trabajar en la cocina de un restaurante en Madrid o Barcelona a las nueve de la noche un fin de semana. Una cosa de alta intensidad, en la que no puedes cometer un error, con personalidades distintas con las que estás obligado a trabajar. Por supuesto que hubo roces, eran puntos de vista distintos y hablábamos de temas fundamentales para Colombia. Gracias a Dios contamos con el liderazgo sereno y lúcido de Humberto de la Calle para poner orden en la casa. Sin Humberto no habría habido acuerdo de paz, así de sencillo.

P. ¿Usted en qué ha cambiado?

R. En una negociación tan dura y larga necesariamente uno tiene que ser consciente de cómo lo está percibiendo el otro, y también su propio lado. Hasta cierto punto la negociación interna fue tan difícil como la negociación con las FARC. Yo tiendo a ser demasiado franco y directo, tal vez por haber vivido tiempo por fuera. En situaciones de alta tensión, si uno no es cuidadoso, puede terminar hiriendo muchas sensibilidades.

P. ¿Cuál es su mayor autocrítica?

R. No haber sabido explicarles mejor a los colombianos la esencia del proceso. No tengo la menor duda de que la confidencialidad era necesaria para el avance de la negociación. Si todo es público, no hay margen de maniobra y no se llega a ningún acuerdo, porque cada quien le habla a su propia audiencia. Pero podríamos haber hecho más para explicar.

P. ¿Qué ha aprendido estos cuatro años de Colombia?

R. Que somos una sociedad aún más fragmentada y dividida de lo que yo pensaba. Cada quien vive en su burbuja. Pero que también, cuando se abren espacios, hay posibilidades de cambio. En Colombia hay también una gran bondad.

P. Tanto usted, como el general Naranjo y el general Mora, trabajaron muy cerca del mayor opositor con el proceso, Álvaro Uribe. ¿Cómo fue lidiar con alguien a quien conocía y que fue tan crítico?

R. Yo era viceministro de Defensa del presidente Uribe y renuncié en 2009, porque no estaba de acuerdo con que intentara cambiar la Constitución por segunda vez para mantenerse en el poder. Sobra decir que desde entonces no me volvió a hablar. Fue interesante verlo en las discusiones que tuvimos después del plebiscito con los representantes del ‘no’. Y también fue frustrante. Cualquier persona que analice el conflicto y la negociación se da cuenta de que jamás hubiéramos llegado a este resultado sin los dos periodos del presidente Uribe. Y mucha gente no entiende por qué él mismo no reconoce eso y valora lo que se ha hecho también como resultado de su gobierno. Pero volvemos a lo mismo: el interés por el poder derrota a todos los demás. Al final, su único interés en las discusiones que tuvimos era aprovechar políticamente el resultado del plebiscito. Casi todos los 60 cambios al acuerdo que nos pidieron los del ‘no’ los logramos en la renegociación. Uribe no reconoció ninguno, no le interesaba reconocer.

P. ¿Cuál fue la crítica que más le molestó?

R. No me molestan las críticas, al contrario, me gustan porque me mantienen despierto. Lo que me molesta es que se evite el debate con argumentos. La campaña del ‘no’ fue una campaña muy cobarde, que trató de tergiversar todo lo que pudo, y lo logró.

P. ¿Qué va a ser lo más complicado de implementar?

R. Tres cosas. Primero, ejecutar ese gran programa de desarrollo rural que integre a las regiones de Colombia. Gobierno tras Gobierno, Congreso tras Congreso dejaron a la buena de Dios vastos territorios donde se instalaron tranquilamente las FARC, los paramilitares y los cultivos de coca. Contra esas fuerzas históricas tenemos que trabajar. Por eso hay que pensar en una transición de 10 o 15 años que comprometa a los próximos Gobiernos. Luego está el tema las víctimas. Llevar a la realidad el sistema integral de verdad, justicia y reparación que acordamos va a ser difícil, porque solo va a funcionar si aceptamos que todos tenemos que poner la cara. Aquí está la diferencia fundamental con el presidente Uribe y su partido, que piensa que solo las FARC tienen que responder. No: la sociedad se tiene que mirar al espejo. Si no lo hacemos va a ser muy difícil construir las bases de confianza en las regiones para construir paz, porque las grietas son muy profundas. La gente en los territorios sabe quién hizo qué, y no fueron solo las FARC. Eso me lleva al último tema, que es entrar en una verdadera lógica de paz y convivencia. No se trata de abrazar al otro, pero sí de mostrar una disposición a convivir con el otro, a someternos a unas mismas reglas del juego. Me parece que en eso hemos avanzado poco y la polarización política no ayuda.

P. ¿En qué consiste la paz territorial?

R. La idea de la paz territorial bebe de varias fuentes. Del reconocimiento de la diversidad regional de Colombia, somos varios países en uno. De la necesidad de articular alrededor de un territorio las diferentes medidas que acordamos en La Habana, para que se refuercen mutuamente. Y sobre todo, de la necesidad de repensar el modelo de construcción de Estado, de replantear la relación entre Estado y sociedad en las regiones periféricas del país. La gente quiere tener voz. Si la implementación se basa en la participación, y la gente ve que esa participación produce cambios, tendrá más confianza en instituciones que nunca le han aportado gran cosa, y a su vez les exigirá más. Construir ese círculo virtuoso es el objetivo de la paz territorial.

P. Después de 50 años de conflicto, ¿cuánto tiempo puede tardar en llegar el Estado a las regiones remotas?

R. Yo no creo que el Estado vaya a llegar a ninguna parte, creo que hay que construirlo in situ. El Gobierno tiene por supuesto que montar los programas y apoyar. Pero el liderazgo tiene que venir de las mismas regiones, de alcaldes, agricultores, empresarios, víctimas, universitarios, movimientos sociales.

P. El gran riesgo es que otros actores ocupen el lugar, el vacío, que dejaron las FARC. ¿Cómo se va a evitar eso?

R. Adecuando la estrategia de seguridad a la transición que estamos viviendo, ahí todavía tenemos camino por recorrer, y acelerando la implementación de los acuerdos.

P. ¿Quién está más lejos de asimilar la reincorporación de los miembros de las FARC, el Estado o la sociedad?

R. Se habla demasiado de las zonas de concentración y del desarme de las FARC, pero lo que importa es lo que va a pasar después. Para que el Acuerdo se pueda implementar, la sociedad se tiene que abrir y aceptar que las FARC serán parte de un mismo proyecto de construcción de paz, incluso de país. Y las FARC a su vez tienen que dejar el tonito arrogante que tanto ofende a los colombianos y dar más muestras de arrepentimiento. Están mejorando, han reconocido responsabilidad.

P. Los cultivos de coca han crecido en los últimos años. ¿Hay que alarmarse? ¿Cómo se va a conseguir erradicar el narcotráfico?

R. Por supuesto que hay que alarmarse. Siempre hemos sabido que en el momento en que las FARC salieran de las zonas de cultivo, otros iban a entrar. Hay que llenar rápidamente ese vacío, y por eso hay que implementar prioritariamente el programa de sustitución que acordamos. Eso requiere intervenciones complejas y bien coordinadas del Gobierno en esos territorios, para integrarlos a la economía nacional. Cualquier estrategia que se base exclusivamente en la erradicación es como el proverbial perro que se muerde la cola: uno erradica aquí y el campesino cultiva allá. La clave está en abrirles el camino a una nueva vida a los campesinos con la sustitución, y erradicar decididamente los cultivos de los que no quieran participar.

P. ¿Cuándo se va a poder saber si el acuerdo de paz ha funcionado?

R. La mitad de los procesos de paz fracasan después de la firma de un acuerdo. Cuanto más largo sea el conflicto, mayor probabilidad de fracaso. Eso hay que tomarlo en serio, no se puede pensar que aquí ya está todo resuelto. La firma del acuerdo fue el verdadero comienzo del proceso, no el final.

P. ¿Qué se juega Colombia en las elecciones de 2018 en relación al proceso?

R. Lo que está en juego es el futuro del proceso de paz, nada menos. Yo lo único que pido es que los candidatos se comprometan a respetar el proceso, no más. Que propongan lo que quieran, pero que no maten la paz.

P. ¿Por qué ha sido tan importante el apoyo de la comunidad internacional?

R. Ha jugado y está jugando un papel decisivo. La labor de Cuba y Noruega como garantes fue definitiva. No tengo duda aluna de que las negociaciones solo podrían haber funcionado en La Habana. Cada quien puede pensar lo que quiera de Cuba, pero tiene un cuerpo diplomático de gran profesionalismo que puso enteramente a disposición de la negociación. Siempre estaremos en deuda con ellos.

P. ¿Por qué cree que los críticos con el proceso han encontrado en España mayor respaldo que en otros países?

R. España nos ha apoyado como pocos en todo lo que le hemos pedido. Pero hay un cierto tipo de derecha radical que es muy parecida aquí y allá y que resuena entre sí, porque tiene el mismo discurso. Pretenden que son unos demócratas impolutos y que solo los demás tienen que responder. Un profesor de Oxford muy amigo suele decir: no confíes en nadie que use corbatín. Y yo digo: no confíes en ningún político que se llame a sí mismo demócrata.

TOMADO DE EL PAIS ESPAÑA

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