Análisis Ley del Montes: Crisis con Venezuela: ¿qué hacer con Maduro?

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leydelmontesPOR:  ÓSCAR MONTES. @LEYDELMONTES

La ofensiva del presidente de Venezuela contra los colombianos en la frontera y sus ataques al Gobierno Nacional obligaron al presidente Santos a pasar de las buenas maneras a un tono confrontacional.

“Con Venezuela son más las cosas que nos unen que las que nos separan”. Esta frase ha sido históricamente una de las más utilizadas por la diplomacia colombiana para hacerle frente a los múltiples impases que se presentan entre dos países que comparten 2.219 kilómetros de frontera activa. Gracias a esa premisa diplomática, Colombia ha podido sortear con éxito los desencuentros fronterizos, los malos entendidos o inclusive las agresiones abiertas por parte de autoridades del vecino país, como ocurrió en tiempos de Hugo Chávez y de Álvaro Uribe, gobiernos que sostuvieron relaciones poco cordiales y hasta inamistosas. Y aunque Chávez amenazó en más de una oportunidad con movilizar los “tanques de guerra hasta la frontera”, lo cierto es que los dos mandatarios siempre encontraron una salida política y diplomática a las crisis que vivieron.

Lo mismo sucedió en 1987 con los presidentes Virgilio Barco y Jaime Lusinchi, por cuenta del ingreso de la Corbeta ARC Caldas a aguas territoriales venezolanas. En esa oportunidad los dos presidentes ordenaron el despliegue de tropas, así como de submarinos y aviones caza-bombarderos a lado y lado de la frontera. A la postre, todo se solucionó por la única vía posible entre dos países hermanos: la diplomática, gracias a la mediación de la OEA y el gobierno de Argentina.

Y aunque es evidente que con Venezuela son más las cosas que nos unen que las que nos separan, lo cierto es que la brutal arremetida de Nicolás Maduro contra miles de colombianos que residen en la frontera –y que fueron deportados después de ser atropellados y humillados por las autoridades– obligó al presidente Juan Manuel Santos a subir el tono de sus declaraciones con respecto a Maduro y a llamar a consultas al embajador, Ricardo Lozano. “He privilegiado el diálogo y seguiré haciéndolo, pero no puedo permitir irrespeto de Venezuela a colombianos y violación de sus derechos humanos”, escribió Santos en su cuenta Twitter.

La canciller, María Ángela Holguín, por su parte, también debió ser más categórica y contundente, luego de que su reunión con su homóloga venezolana –Delcy Rodríguez, el miércoles en Cartagena– fuera considerada demasiado “amistosa y blanda”. En esa oportunidad Holguín fue blanco de todo tipo de cuestionamientos por el tono demasiado amable que imperó en el encuentro, así como sus declaraciones en el sentido de que Colombia haría más en la lucha contra el contrabando, flagelo que afecta a ambos países.

“Los venezolanos están llevando un procedimiento completamente equivocado. Así no se comporta un país. Nosotros tuvimos las mejores intenciones. De hecho, muchos medios nos criticaron por tratar de tener una comunicación cordial y respetuosa con los venezolanos. Pero ya nos dimos cuenta de que no hay interés de cooperación”, dijo Holguín, luego de cumplir la orden de Santos de llamar a consultas al embajador Lozano, así como citar una reunión extraordinaria de Unasur, para ese organismo “conozca lo que está pasando en la frontera”.

Mientras Santos y Holguín tratan de manejar el delicado asunto fronterizo con guantes de seda y se han visto obligados a tomar drásticas medidas, ante una opinión pública colombiana que los ve demasiado “blandos” con Venezuela, del otro lado de la mesa Maduro se empecina en seguir jugando su peligroso juego, que no es otro que el de “incendiar” la frontera para tratar de evitar que los venezolanos no se ocupen de los verdaderos problemas que los agobian, situación que pondría en peligro la hegemonía del chavismo en las elecciones de Diciembre.

Al declarar el estado de excepción por sesenta días en cinco municipios de la zona fronteriza y cerrar los pasos hacia Colombia, Maduro les cobra a sus habitantes su supuesta falta de compromisos con la revolución bolivariana, despierta el “anticolombianismo” en un sector recalcitrante de la población y obliga a Colombia a ocuparse de un asunto que no es marginal para Venezuela: la lucha contra el contrabando.

Para cumplir con esos propósitos, Maduro decidió ponerse la capa de Donald Trump y no la de Superman. Es decir, decidió hacer de malo de la película y no de héroe. Punto. Por esa razón vocifera todo el día contra Colombia, contra Álvaro Uribe y hasta contra el propio Santos, a quien recientemente llamó “mentiroso”. Al presidente venezolano solo le ha faltado decir –como Trump contra los mexicanos– que levantará un muro en la frontera para evitar el paso de colombianos.

En esa ofensiva calculada contra Colombia, Maduro ha tenido pocos aliados, que no sean los chavistas pura sangre. Paradójicamente las pocas voces de respaldo que ha recibido en su demencial postura contra los colombianos que viven en la frontera han sido colombianas: la del secretario de Unasur, el ex presidente Ernesto Samper, que sigue vendiendo la tesis de la exportación del paramilitarismo por parte de Colombia, y las de dirigentes de izquierda, como Piedad Córdoba e Iván Cepeda, quienes consideran que Maduro tiene razón y que lo que hay es un plan paramilitar para desestabilizar su gobierno. Ni siquiera la tragedia humanitaria que viven miles de personas despertó la solidaridad de estos dirigentes, quienes parecen más preocupados por el bienestar de Maduro que por el de nuestros compatriotas.

Las declaraciones de Maduro contra el ex presidente Álvaro Uribe, a quien llamó “criminal”, –que debido a su investidura, debieron ser rechazadas de forma categórica por parte del gobierno colombiano, algo que no ha ocurrido– terminaron por alinear a los ex presidentes César Gaviria y Andrés Pastrana, quienes criticaron no solo a Maduro, sino al ex presidente Samper. El primero llamó “fascista” a Maduro y afirmó que “nunca antes un presidente de Venezuela había ofendido tanto a Colombia”. Sostuvo, además, que “Samper se apresuró al darle la razón a Venezuela, puesto que él no ha ido a Cúcuta y no ha visto la humillación que han sufrido los colombianos”. Pastrana, por su parte, también cuestionó a Maduro y a Samper y pidió que Colombia se retire de Unasur.

Las violaciones al Derecho Internacional Humanitario, el desplazamiento de miles de compatriotas, la humillación por parte de las autoridades del vecino país a mujeres y niños, que se vieron obligados a abandonar sus casas, no podían dejarse pasar por alto por parte del gobierno colombiano. Todo tiene un límite. Y Maduro está vez fue demasiado lejos, al pretender ocultar su incompetencia como gobernante con un ataque a una población vulnerable que poco o nada tiene que ver con la crisis que atraviesa el chavismo. Ni siquiera la condición de “garante de los diálogos de paz con las Farc” faculta a Maduro para abusar de esa condición y pretender justificar sus agresiones sistemáticas a los colombianos que viven en la frontera. Todo lo contrario: precisamente por ser garante de paz, Maduro debe asumir una postura pacífica con quien –como ocurre con Santos– pagó un alto precio político a la hora de definirlo como “su nuevo mejor amigo”.

Maduro se quedó con lo peor del chavismo

La llamada Revolución Bolivariana del Siglo XXI hace agua por todos los costados. Y uno de los grandes responsables de que ello ocurra es Nicolás Maduro, heredero de Hugo Chávez, quien ha tenido que administrar las vacas flacas, provenientes del desplome de los precios del petróleo. Las vacas gordas las disfrutó Chávez, quien regaló petróleo a manos llenas a los gobiernos amigos, empezando por Cuba. Maduro no es Chávez. No tiene su carisma, ni su liderazgo. Sus limitaciones como gobernante son evidentes y ello lo ha obligado a transar con lo peor del chavismo, buscando tener mayor gobernabilidad. Hoy Maduro se quedó con la fracción más corrupta que lideraba su desaparecido jefe, empezando por el cuestionado Diosdado Cabello, en la mira de Estados Unidos, por sus presuntos vínculos con organizaciones criminales, según agencias de inteligencia de ese país. Lo mejor del chavismo se fue de Venezuela o está preso por órdenes de Maduro y sus aliados. Los carteles que mueven la droga y el contrabando de gasolina en la frontera con Colombia están integrados por altos oficiales de la Guardia Nacional de Venezuela. Punto. De hecho, según el diario español ABC, la crisis de la frontera se desató por un enfrentamiento entre carteles venezolanos, el llamado “Cartel de los Soles” y el “Cartel de la Goajira”. Esa es la crisis que Maduro pretende tapar con la desmedida agresión a los compatriotas en la frontera.

Samper e izquierda colombiana, una vergüenza

La posición que asumió Ernesto Samper, secretario general de Unasur, luego del cierre de la frontera por parte de Maduro, le valió todo tipo de cuestionamientos y señalamientos. Y con toda razón. Para empezar, una vez se conoció la medida de Maduro, Samper se apresuró a escribir en Twitter: “Hace un año denunciamos la intromisión de paramilitares colombianos en Venezuela. Hoy se confirma que es una realidad”. Los hechos demostraron lo errado que estaba, puesto que los deportados son humildes compatriotas –hombres, mujeres y niños- que nada tienen que ver con organizaciones criminales de extrema derecha. A la tragedia humanitaria que viven se suma la estigmatización y la criminalización por parte del ex presidente. “Estoy indignado porque el ex presidente Samper haya corrido a darle la razón a Maduro sin consultar con ningún gobierno ni con nadie”, dijo Gaviria. En términos similares se pronunció el ex presidente Andrés Pastrana. Los voceros tradicionales de la izquierda colombiana también pelaron el cobre con la crisis fronteriza. Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Carlos Lozano y Gloria Cuartas, entre otros, se mostraron no solo solidarios con Maduro, sino indolentes con la tragedia de nuestros compatriotas. Una cosa es tener diferencias políticas con el gobierno colombiano y otra muy distinta es pretender ignorar la violación de los Derechos Humanos por parte del gobierno venezolano.

¿Tiene sentido seguir en Unasur?

La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), organismo creado por iniciativa y bajo el liderazgo de Hugo Chávez, demostró que no puede servir de garante para superar la actual crisis entre Colombia y Venezuela. Y la razón es muy simple: Unasur no es imparcial. Es un organismo al servicio de Venezuela, como lo demostró el ex presidente Samper al apresurarse a tomar una posición favorable al gobierno del vecino país. El ex presidente Gaviria fue mucho más allá al afirmar que “Samper recibe instrucciones de Maduro”. El procurador, Alejandro Ordóñez, también fue muy crítico con el papel de ese organismo: “Unasur trata de legitimar la política del Estado venezolano contra los colombianos y eso deslegitima a Unasur”. Acudir a Unasur –como pretende Santos– para que conozca de la situación y sirva de garante para superar la crisis, no es el camino más apropiado, pues está visto que no brinda garantías. Hay que acudir a otras instancias internacionales, como la OEA o la propia Naciones Unidas, que han hecho llamados a ambos países para que busquen salidas a la grave situación. En esas circunstancias la pregunta que surge es, ¿qué sentido tiene que Colombia pertenezca a un organismo que no le garantiza las mínimas condiciones de imparcialidad para dirimir conflictos con otros países miembros?

Maduro, un extremista de derecha

Contrario a lo que piensan los líderes de izquierda, que se solidarizan con sus acciones criminales contra los colombianos, Nicolás Maduro es un fiel representante de la extrema derecha suramericana. Así lo está demostrando en la frontera con Colombia, donde las casas que habitan nuestros compatriotas, que serán deportados, son marcadas con la letra “D”, para luego ser demolidas, como ocurría en los tiempos del fascismo italiano o alemán. Maduro no es un líder de izquierda. Todo lo contrario: representa la extrema derecha radical. El suyo es un gobierno que viola los Derechos Humanos y atenta contra la libertad de expresión, como lo demostró la canciller Delcy Rodríguez, al decir que la tragedia humanitaria de la frontera era una invención de los medios de comunicación de Colombia y sugerir un mayor control a la información. El gobierno de Maduro persigue a los opositores políticos y no les garantiza juicios justos, como sucede con Leopoldo López y decenas de líderes estudiantiles, presos por pensar distinto a los chavistas. Maduro y sus aliados no respetan las libertades individuales, ni la libertad de empresa. Todo lo contrario: las ataca con saña, porque ellas son el dique de contención que les impide a los chavistas imponer su régimen totalitario en Venezuela.

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